Ayer pasamos la tarde con el poeta, crítico, editor y traductor Eduardo Moga que vino a Plasencia acompañado de su mujer y de su hijo pequeño, Álvaro también. Como suele ocurrir, nos sentamos en una terraza de la plaza. Nunca lo hacemos si no es por las visitas. Y menos en verano. Es una de las muchas costumbres placentinas que, ay, no practicamos. Tampoco estaba previsto que entráramos en Santo Domingo a ver la exposición de pasos de Semana Santa y allí estuvimos, como cualquier turista que va o viene del Parador. Fueron unas horas de grata conversación que le sacaron a uno del esplín veraniego en el que anda perdido. Es bueno saber que en el futuro se podrán repetir los encuentros porque ya están casi terminadas las obras de su casa de la Sierra de Gata, una rehabilitación familiar que les traerá por aquí cada poco.