23.11.09

Bonatti

Se podría decir que uno es un montañero frustrado. La vida de cualquiera no deja de ser una sucesión de fracasos. Éste es uno, sólo eso.
Desde muy pronto me gustó subir a las montañas. Plasencia es un buen lugar para esa práctica, a un paso de la Sierra de Béjar, de Gredos... Siempre están a la vista. Y hay una gran tradición, con clubes veteranos. Así lo hice hasta que las circunstancias se impusieron al deseo. Durante poco tiempo, por más que cundiera.
Me consolé leyendo libros de aventuras, como aquellos ilustrados, tan bonitos y lujosos, que publicaba el Círculo de Lectores. Y luego a los románticos, que amaron tanto las alturas. O, en fin, viendo reportajes sobre expediciones y escaladas en cualquier cordillera del planeta, de los Alpes al Himalaya.
Ayer, por ejemplo, disfruté mucho con el homenaje de Al filo de lo imposible a Walter Bonatti. Más que por las impresionantes imágenes alpinas del Freney y el Grand Capucin, por las esclarecedoras palabras del italiano sobre el alpinismo que él hizo (y que abandonó a los treinta y cinco años) y el que se practica hoy. Son las diferencias, aplicables a cualquier esfera de la vida, entre la pasión y la técnica; entre la emoción y los medios; entre la necesidad y el comercio. Lo mismo da que se trate de escalar una pared o de escribir un libro.
A este hombre le persiguió la tragedia: en el K2 y en el citado Pilar del Frenay, una de las vías más difíciles para alcanzar la cima del Montblanc.
Bonatti ha dicho que «la montaña debe dar el valor del hombre que se mida con ella». Siempre le ha movido, como a cualquier montañero, «la fascinación por lo imposible».