8.12.09

Simic

Hay algo en el apellido de este poeta (ya) norteamericano que define bien su poesía. Tan seca como él, tan esencial y despojada. Tengo a medias la lectura de La voz a las tres de la madrugada, una antología de sus poemas (realizada por su autor) que ha traducido Martín López-Vega para DVD. Por suerte, de él ya habíamos leído El mundo no se acaba, en traducción de Mario Lucarda (también en DVD), y Desmontando el silencio, que vertió al español Jordi Doce (Ayuntamiento de Lucena). Da igual. La sorpresa, la perplejidad, el asombro no dejan de acompañarnos nunca al penetrar en el particular mundo de Simic. Tanto da que uno lea el poema por primera vez o que lo relea por enésima. Siempre parece nuevo. Sí, escribe, "Nada es lo que parece,/ nosotros menos que nada". Nos dice el traductor que al poeta neoyorquino de Belgrado le gusta recordar una cita de Horace Walpole: "el mundo es una comedia para quienes piensan y una tragedia para quienes sienten" y añade que "visto que nosotros hacemos ambas cosas, no puedo concebir una literatura que excluya ninguna de las dos". Sobre el infierno en que vivimos, y a falta de otros ulteriores, construimos nuestro paraíso. Así lo entiende M. L-V., que explica lo que leyendo a Simic nos parece inexplicable. Vuelvo, en fin, a las páginas de este libro que juzgo perenne, en mi personal "disputa con el infinito". Lápiz en mano me abro camino entre las palabras y los silencios del poeta errante.