17.2.10

Don Demetrio

Lo conocía desde niño. Como fue durante año consiliario de un equipo de matrimonios católicos al que pertenecían mis padres, lo traté bastante. Nunca, eso sí, escuché de sus labios una palabra siquiera referida a la poesía, más si tenenemos en cuenta que uno lleva escribiendo y publicando poemas desde hace veinticinco años, algo que él no desconocía. De ahí mi sorpresa por el artículo de J. J. Barriga en Hoy sobre el cura que le enseñó los primeros versos y que no era otro que don Demetrio.
El periodista me cuenta que muchos años después de que le diera clase en el Seminario placentino, consiguió encontrase de nuevo con él y que buscó un regalo especial para esa feliz ocasión. "Quedamos -me dice- una tarde en la finca de Romualdo García Ambrosio y efectivamente le había comprado en la calle Prado, en una librería de viejo, la antología de Gerardo Diego, la primera, la histórica. Me preocupé de ver cómo se emocionó pasando sus manos por aquellas páginas… No volví más a verlo".  
En su testamento -dictado en los últimos días de su enfermedad, a sabiendas de que su final estaba cerca, y recogido por su amigo y compañero Rafael Prieto-, dejó dicho: "Un misterio: Tengo un espíritu joven en un cuerpo arruinado". Y, entre paréntesis, añade una referencia: 2 Co 4, 16. Mi hermado Fernando me envía ese texto: “Por eso no desfallecemos; al contrario, aunque nuestra condición física se vaya deteriorando, nuestro ser interior se renueva de día en día” (Segunda carta a los Corintios, capítulo 4 versículo 16).