Ayer celebré el Día del Libro regalándome un ejemplar de La inteligencia y el hacha (Un panorama de la Generación poética de 2000), la nueva antología poética de Luis Antonio de Villena que ha publicado Visor. Lo compraba en Madrid, poco después de que tuviera lugar el gesto poético de la jornada: la caída de pantalones de mi admirado José Emilio Pacheco. Ni a propósito lo hubiera explicado mejor. La poesía, digo.
El florilegio incluye a 32 poetas; de ellos, sólo 4 mujeres. Por edad (desde 1964 hasta 1988), Juan Antonio González Iglesias, Isabel Pérez Montalbán, Álvaro García, Luis Muñoz, Lorenzo Oliván, Rafael-José Díaz, Pablo García Casado, Andrés Navarro, José Manuel Romero, Carlos Pardo, Joaquín Pérez Azaústre, Juan Antonio Bernier, Andrés Neuman, José Daniel García, Javier Vela, Elena Medel, Balbina Prior, Jorge Gimeno, Lorenzo Plana, José Luis Piquero, Javier Rodríguez Marcos, Mariano Peyrou, José Luis Rey, Juan Carlos Abril, Antonio Lucas, Rafael Espejo, Alberto Santamaría, Josep María Rodríguez, Ana Gorría, Juan Andrés García Román, Fruela Fernández y David Leo García.
En el prólogo -escrito con la particular sintaxis a que Villena nos tiene acostumbrados- afirma tajante que "generaciones existen", dicho lo cual pasa a justificar el porqué de su apuesta: la "de 2000" lo es y sus miembros -sobre todo los más mayores- no son meros epígonos de la anterior la "del 80". Así, dos de ellos, Luis Muñoz y Álvaro García, adscritos a la nombrada por García Martín, pasan, según él, "de segundones" a "jefes de fila". Concluye que "existe una poesía nueva" y que "predominan ahora mismo (...) los que quieren que el poema sea -más o menos hermético- mejor que el resultado de la emoción, el de la inteligencia".
Habría que hacer, dice en la línea final de su introducción, una "posible y deseable antología autonomista" (más que nada para recoger lo escrito en comunidades con lengua propia). Digo esto porque me he tomado la molestia de repasar la procedencia geográfica de los elegidos: 15 andaluces (de los cuales nada menos que 9 son de Córdoba), 4 madrileños, 3 catalanes, 2 asturianos, 2 cántabros, 2 argentinos (residentes, según creo, en Granada -un andaluz más- y Madrid), 1 valenciano, 1 castellano (y leonés), 1 canario y 1 extremeño (seguimos en los porcentajes habituales).
No voy a entrar en lo referente a la selección. No soy quién. El gusto del antólogo marca la pauta, y punto. Me alegro por ciertas presencias y echo de menos otras. Nada nuevo en este tipo de inventos. Es verdad que, para mi sorpresa, he leído a más poetas jóvenes de los que creía. Son pocos los nombres que ni siquiera me sonaban, aunque alguno había. Diré, en todo caso, que más que la avalancha de poetas andaluces (estará contento aquel compañero de jurado que en plena votación, y ante un libro bastante "nórdico", lanzó aquello de que a él sólo le gustaba "la poesía andaluza"), me extraña la escasez de poetisas (dicho con todo respeto). Más allá del presunto fenómeno lírico-femenino que los medios airean cada poco, en estos últimos años se han dado a conocer obras fundamentales escritas por mujeres. Por llevar el agua a mi molino (autonómico), bastaría citar a Ada Salas (Cáceres, 1965). Villena alude a ello en el prólogo, en un "paréntesis" donde explica el paso del todo a la nada en casos concretos como los de Blanca Andreu (que ahora resucita, por cierto, con Los archivos griegos), Almudena Guzmán, Carmen Jodra Davó y Elena Medel (que, al parecer, no llegó a sucumbir tras publicación de su segundo libro, como las otras tres).
Ahora sólo queda disfrutar de los poemas. Releer los ya conocidos y degustar los nuevos. Porque son inéditos (que no faltan) o por simple omisión. Para esto sirven las antologías.
El florilegio incluye a 32 poetas; de ellos, sólo 4 mujeres. Por edad (desde 1964 hasta 1988), Juan Antonio González Iglesias, Isabel Pérez Montalbán, Álvaro García, Luis Muñoz, Lorenzo Oliván, Rafael-José Díaz, Pablo García Casado, Andrés Navarro, José Manuel Romero, Carlos Pardo, Joaquín Pérez Azaústre, Juan Antonio Bernier, Andrés Neuman, José Daniel García, Javier Vela, Elena Medel, Balbina Prior, Jorge Gimeno, Lorenzo Plana, José Luis Piquero, Javier Rodríguez Marcos, Mariano Peyrou, José Luis Rey, Juan Carlos Abril, Antonio Lucas, Rafael Espejo, Alberto Santamaría, Josep María Rodríguez, Ana Gorría, Juan Andrés García Román, Fruela Fernández y David Leo García.
En el prólogo -escrito con la particular sintaxis a que Villena nos tiene acostumbrados- afirma tajante que "generaciones existen", dicho lo cual pasa a justificar el porqué de su apuesta: la "de 2000" lo es y sus miembros -sobre todo los más mayores- no son meros epígonos de la anterior la "del 80". Así, dos de ellos, Luis Muñoz y Álvaro García, adscritos a la nombrada por García Martín, pasan, según él, "de segundones" a "jefes de fila". Concluye que "existe una poesía nueva" y que "predominan ahora mismo (...) los que quieren que el poema sea -más o menos hermético- mejor que el resultado de la emoción, el de la inteligencia".
Habría que hacer, dice en la línea final de su introducción, una "posible y deseable antología autonomista" (más que nada para recoger lo escrito en comunidades con lengua propia). Digo esto porque me he tomado la molestia de repasar la procedencia geográfica de los elegidos: 15 andaluces (de los cuales nada menos que 9 son de Córdoba), 4 madrileños, 3 catalanes, 2 asturianos, 2 cántabros, 2 argentinos (residentes, según creo, en Granada -un andaluz más- y Madrid), 1 valenciano, 1 castellano (y leonés), 1 canario y 1 extremeño (seguimos en los porcentajes habituales).
No voy a entrar en lo referente a la selección. No soy quién. El gusto del antólogo marca la pauta, y punto. Me alegro por ciertas presencias y echo de menos otras. Nada nuevo en este tipo de inventos. Es verdad que, para mi sorpresa, he leído a más poetas jóvenes de los que creía. Son pocos los nombres que ni siquiera me sonaban, aunque alguno había. Diré, en todo caso, que más que la avalancha de poetas andaluces (estará contento aquel compañero de jurado que en plena votación, y ante un libro bastante "nórdico", lanzó aquello de que a él sólo le gustaba "la poesía andaluza"), me extraña la escasez de poetisas (dicho con todo respeto). Más allá del presunto fenómeno lírico-femenino que los medios airean cada poco, en estos últimos años se han dado a conocer obras fundamentales escritas por mujeres. Por llevar el agua a mi molino (autonómico), bastaría citar a Ada Salas (Cáceres, 1965). Villena alude a ello en el prólogo, en un "paréntesis" donde explica el paso del todo a la nada en casos concretos como los de Blanca Andreu (que ahora resucita, por cierto, con Los archivos griegos), Almudena Guzmán, Carmen Jodra Davó y Elena Medel (que, al parecer, no llegó a sucumbir tras publicación de su segundo libro, como las otras tres).
Ahora sólo queda disfrutar de los poemas. Releer los ya conocidos y degustar los nuevos. Porque son inéditos (que no faltan) o por simple omisión. Para esto sirven las antologías.