Bajó uno a Almendralejo -qué larga se me hizo la ida, lo que antes hacía a diario- para acudir al fallo del Premio "José de Espronceda". Fue, como siempre, un reencuentro agradable. Con Maite, su alma mater, con los demás miembros del jurado: Ada Salas, Carlos Marzal, Antonio Sáez, Santiago Castelo, Manuel Borrás (que este año votó desde Barajas por culpa de la cancelación de su vuelo) y José Antonio Zambrano, a quien pude por fin abrazar para darle la enhorabuena por su reciente premio. También sin Ángel, ay, que solía llegar tarde y sin comer por lo que antes de entrar a deliberar pedía una magdalenas.
Este año, por aquello de la crisis, no ha habido cena. Eso sí, el acto literario tuvo que esperar a que terminara el partido de fútbol entre España y Chile. Que recuerde, era la primera vez que veía un partido en un bar. Así de raro es uno. Intenté portarme como un hincha entre los de verdad. A mi lado había algunos de categoría: Almudena Grandes y Benjamín Prado, por ejemplo. Manuel Ramírez, un poco más allá, disimulaba tanto o más que yo. Menos mal que entre gol y gol hubo tiempo de conversar y para eso me senté a la vera de José Luis Bernal a quien considero, desde hace mucho, un buen amigo. Entre hijas e hijos (los dos tenemos, ay, un Alberto) se nos fue el rato.
Antes, en la reunión del jurado, habíamos premiado un libro importante. Luego se comprobó que, por suerte, no era de un cazapremios, que su autor es muy joven y que, además, es conocido: Antonio Portela.
En el vino español (para eso aún da), saludé a Isabel, a Leni... Luego, con mi depurada técnica, desaparecí, con permiso del alcalde Ramírez, a los diez minutos.
Este año, por aquello de la crisis, no ha habido cena. Eso sí, el acto literario tuvo que esperar a que terminara el partido de fútbol entre España y Chile. Que recuerde, era la primera vez que veía un partido en un bar. Así de raro es uno. Intenté portarme como un hincha entre los de verdad. A mi lado había algunos de categoría: Almudena Grandes y Benjamín Prado, por ejemplo. Manuel Ramírez, un poco más allá, disimulaba tanto o más que yo. Menos mal que entre gol y gol hubo tiempo de conversar y para eso me senté a la vera de José Luis Bernal a quien considero, desde hace mucho, un buen amigo. Entre hijas e hijos (los dos tenemos, ay, un Alberto) se nos fue el rato.
Antes, en la reunión del jurado, habíamos premiado un libro importante. Luego se comprobó que, por suerte, no era de un cazapremios, que su autor es muy joven y que, además, es conocido: Antonio Portela.
En el vino español (para eso aún da), saludé a Isabel, a Leni... Luego, con mi depurada técnica, desaparecí, con permiso del alcalde Ramírez, a los diez minutos.