Tengo desde hace meses encima de la mesa un díptico de la presentación en la Tertulia Equis y Zeda de Santander del libro Isla Decepción, de Rafael Fombellida (Torrelavega, 1959). Fue el 19 de marzo y le acompañó Vicente Gallego. No pude asistir, es obvio, pero, cuando me dijo su autor que me enviaría el libro, conservé la invitación. Suelo dejar dentro de los libros esas hojas volanderas. Unos meses después, según lo prometido, la obra ha llegado. En una hermosa coedición de Pre-Textos y la Fundación Gerardo Diego.
Bromea Fombellida, en un tono que recuerda al de mi amigo Cumbreño, acerca de la última antología de poesía y anticipa su posible título: Los consabidos. No está él entre ellos, entre los poetas previsibles españoles de su generación, que es la mía. Ello no es óbice para que no se le reconozca -no le reconozcamos- como el poeta que es; con pocos libros publicados que dan cuenta, sobre todo, de su alto nivel de exigencia. Algo parecido le pasa a Carlos Alcorta, amigo y compañero de aventuras literarias (Scriptvm, Ultramar), a quien dedica este libro. Ellos, junto a Lorenzo Oliván, Alberto Santamaría y otros, son la punta de lanza de la excelente poesía que se escribe en Cantabria, antologada y presentada debidamente por el profesor Luis Alberto Salcines.
De su tierra natal y de sus poetas (Hierro sobre todo) se da cuenta en las páginas de este diario con vocación de estilo y, por tanto, de permanencia, donde Fombellida da cuenta de una vida, la suya, a partir de materiales dispersos y situaciones diversas que van de la infancia a los viajes, de la música, la pintura y la fotografía a la poesía, que no deja de ser el centro o el eje de esta travesía hacia su particular Isla Decepción. Así, a pesar del miedo al avión, visitamos con él Praga. Y Almería (playa nudista incluida), Elche (donde pasea con Antonio Moreno por las afueras) u Oporto (con Andrade al fondo). Donde más se demora es en la reflexión sobre la fotografía (de nuevo Saudek, de nuevo Praga) y, casi al lado, en todo lo referente a la poesía, que puede ir de lo más propio ("la palabra poética es un valor de resistencia") a lo más general, por ejemplo cuando alude a la siniestra vida lírica provinciana, equiparable, ay, a la de cualquier otro territorio.
Se nota que Fombellida tiene "fe" en la poesía. O fervor por ella, que diría Zagajewski. Y "ambición -como él dice- por un renacido humanismo". No es mal equipaje para viajar con él hasta ese "fondeadero de la vida".
Bromea Fombellida, en un tono que recuerda al de mi amigo Cumbreño, acerca de la última antología de poesía y anticipa su posible título: Los consabidos. No está él entre ellos, entre los poetas previsibles españoles de su generación, que es la mía. Ello no es óbice para que no se le reconozca -no le reconozcamos- como el poeta que es; con pocos libros publicados que dan cuenta, sobre todo, de su alto nivel de exigencia. Algo parecido le pasa a Carlos Alcorta, amigo y compañero de aventuras literarias (Scriptvm, Ultramar), a quien dedica este libro. Ellos, junto a Lorenzo Oliván, Alberto Santamaría y otros, son la punta de lanza de la excelente poesía que se escribe en Cantabria, antologada y presentada debidamente por el profesor Luis Alberto Salcines.
De su tierra natal y de sus poetas (Hierro sobre todo) se da cuenta en las páginas de este diario con vocación de estilo y, por tanto, de permanencia, donde Fombellida da cuenta de una vida, la suya, a partir de materiales dispersos y situaciones diversas que van de la infancia a los viajes, de la música, la pintura y la fotografía a la poesía, que no deja de ser el centro o el eje de esta travesía hacia su particular Isla Decepción. Así, a pesar del miedo al avión, visitamos con él Praga. Y Almería (playa nudista incluida), Elche (donde pasea con Antonio Moreno por las afueras) u Oporto (con Andrade al fondo). Donde más se demora es en la reflexión sobre la fotografía (de nuevo Saudek, de nuevo Praga) y, casi al lado, en todo lo referente a la poesía, que puede ir de lo más propio ("la palabra poética es un valor de resistencia") a lo más general, por ejemplo cuando alude a la siniestra vida lírica provinciana, equiparable, ay, a la de cualquier otro territorio.
Se nota que Fombellida tiene "fe" en la poesía. O fervor por ella, que diría Zagajewski. Y "ambición -como él dice- por un renacido humanismo". No es mal equipaje para viajar con él hasta ese "fondeadero de la vida".