No suele uno toparse en Conil con paisanos y conocidos. Este año, una excepción, nos cruzamos en la playa con un compañero de trabajo y al día siguiente, de nuevo, con él y con su mujer, otra antigua compañera. Otra mañana, camino de la playa, por el pinar, nos encontramos con Ibarra. Al llegar a su altura, le saludé: "Presidente", dije (para uno nunca ha sido Juan Carlos). Al pronto, no me reconoció. La gorra, las gafas, el bañador... Tampoco le había visto nunca uno a él en bañador y con un capacho en la mano. Tras los saludos de rigor (estuvo muy afectuoso con nosotros), nos presentó a sus acompañantes. Después cruzamos palabras tan balbucientes como inconexas. De ocasión. Poco más. Cada cual siguió su viaje.
Recuerdo lo que me dijo en la entrega del premio Extremadura a la Creación. Como aseguré que había empezado a escribir la novela premiada una tarde de levantera en Conil, comentó en su discurso (con regocijo general) que era la primera vez que escuchaba que ese viento infernal sirviera para algo.
Caigo en la cuenta: Ibarra prefiere las impetuosas costas de Cádiz; Vara, las tranquilas de Huelva. Y saco nuevas conclusiones.
Recuerdo lo que me dijo en la entrega del premio Extremadura a la Creación. Como aseguré que había empezado a escribir la novela premiada una tarde de levantera en Conil, comentó en su discurso (con regocijo general) que era la primera vez que escuchaba que ese viento infernal sirviera para algo.
Caigo en la cuenta: Ibarra prefiere las impetuosas costas de Cádiz; Vara, las tranquilas de Huelva. Y saco nuevas conclusiones.