Uno estaba convencido, como tantos, de que Cáceres pasaría el primer corte para acceder a su designación como Capital Europea de la Cultura en 2016. La realidad ha sido otra. Y, como extremeño, bien que lo siento. Quizás sea prematuro analizar los porqués, que serán muchos. Nada es sencillo y menos estas nominaciones con trasfondo político. Con todo, en el capítulo de la autocrítica -que algunos ya veníamos ejerciendo desde hace tiempo y que otros no parecen dispuestos a asumir-, debe figurar prioritariamente el cambio de rumbo de nuestra política cultural a partir de 2008. Es cierto que la candidatura es local, de la ciudad de Cáceres y, en consecuencia, de su ayuntamiento, pero desde el principio quedó claro que el proyecto tendría que ser, para prosperar, de ámbito regional. Somos pocos y esto, a pesar del espejismo de la extensión, bastante pequeño. Por eso era imprescindible, para llegar a buen puerto, la colaboración de la Junta a través de su Consejería, entonces, de Cultura (sobre todo después del resultado electoral en la ciudad y del inestable poder del PSOE al frente del barco municipal). Aquí, insisto, es donde empezaron, en cierta medida, a fallar las cosas. Esta no era una tarea para aficionados. Ni para esto, aclaro, ni para todo lo demás. A la tardía respuesta del Consorcio, se unió la pobre implicación de la citada Consejería. Se reaccionó demasiado tarde. No se ha trabajado, como se dice, durante tantos años. Uno fue testigo de cómo se perdía el tiempo, reunión tras reunión, y de cómo la necesaria coordinación entre Mérida y Cáceres no funcionaba. Vuelvo a remontarme a 2008, a unos meses claves. ¿Hace falta recordar que una de las primeras acciones de la nueva administración cultural fue la de intentar acabar con el Womad? ¿Se acuerda alguien del penoso acto institucional que se celebró (un decir) en el Auditorio cacereño, con el aforo casi vacío, para dar por oficialmente inaugurada la candidatura? Son sólo dos ejemplos. Es indudable que con el impulso de Carmen Heras -sí, mencionemos su nombre, se lo ha ganado a pulso- las cosas parecían encarriladas, pero...
No creo que con esta decisión se humille de nuevo a Extremadura (Cáceres era y es una ciudad muy digna y nuestro resurgimiento cultural una evidencia), ni que haya que caer en el fatal desánimo que nos ha venido caracterizando (la perfecta coartada para seguir igual). Tampoco, claro está, en la petulancia de «ellos se lo pierden», «no creo que nadie haya trabajado más que nosotros», «no creo que ningún miembro del jurado sea Dios» o, el colmo, «yo no creo que tengamos que aprender, no hicimos el proyecto para gustarle a un jurado». ¿Qué se puede decir, por otro lado, del peregrino comentario de Monago, presidente del PP extremeño, al afirmar que la apuesta del presidente Rodríguez Zapatero dejaba fuera a Cáceres en beneficio de Córdoba?
Puede que Extremadura se mereciera algo así. Que ya nos tocara. Que fuera por fin nuestra hora. Seguro. No obstante, y vuelvo a la necesaria autocrítica, también estoy convencido de que no hemos sido capaces de dar todo lo que podríamos haber dado de nosotros. Se quiera reconocer o no.
No creo que con esta decisión se humille de nuevo a Extremadura (Cáceres era y es una ciudad muy digna y nuestro resurgimiento cultural una evidencia), ni que haya que caer en el fatal desánimo que nos ha venido caracterizando (la perfecta coartada para seguir igual). Tampoco, claro está, en la petulancia de «ellos se lo pierden», «no creo que nadie haya trabajado más que nosotros», «no creo que ningún miembro del jurado sea Dios» o, el colmo, «yo no creo que tengamos que aprender, no hicimos el proyecto para gustarle a un jurado». ¿Qué se puede decir, por otro lado, del peregrino comentario de Monago, presidente del PP extremeño, al afirmar que la apuesta del presidente Rodríguez Zapatero dejaba fuera a Cáceres en beneficio de Córdoba?
Puede que Extremadura se mereciera algo así. Que ya nos tocara. Que fuera por fin nuestra hora. Seguro. No obstante, y vuelvo a la necesaria autocrítica, también estoy convencido de que no hemos sido capaces de dar todo lo que podríamos haber dado de nosotros. Se quiera reconocer o no.