De haber podido, mi padre se hubiera reído de lo lindo viéndonos a mi madre y a mí al pie de su tumba azotados sin clemencia por la lluvia y el viento por culpa de un tornado que se presentó de improviso y se fue tan deprisa como vino dejando a su paso, eso sí, floreros rotos y flores por el suelo y a nosotros dos calados hasta los huesos y con evidente cara de tontos. Una escena muy adecuada para la ocasión. Una argucia climatológica para huir del dolor.