6.12.10

Innovación

Tiene mucho predicamento. Incluso un ministerio lleva, en parte, su nombre. Sin embargo, supongo que a quienes leemos y escribimos, quienes gustamos de la literatura y la frecuentamos, lo de la innovación, lo de "mudar o alterar algo, introduciendo novedades" (RAE), nos deja bastante fríos. Al menos a mí. Y en poesía... Ay, cuánto moderno a costa de la polvora seca de las viejas vanguardias. Y cuánto contemporáneo descubriendo, día sí y Ashbery también, cualquier América. Me remito, en fin, a la reciente cita de Manguel que traje aquí hace unos días.
Ante la nueva Ley de Educación extremeña, consensuada por PSOE y PP, se anuncia un horizonte laboral que premiará (con incentivos económicos incluso, según dicen) eso: la capacidad de innovación. Se centran, claro, en el desarrollo de las tecnologías de la información y la comunicación. Hasta ahí todo normal: estamos sujetos a los signos de los tiempos. Lo que uno pone en duda, para empezar, es si algo, por el mero hecho de ser nuevo, resulta mejor que lo anterior. Más si hablamos de educación. Lo decía ayer mismo en el El País Semanal Víctor García de la Concha: "Hay que volver a lo básico: a enseñar a leer y a escribir, a leer en voz alta, a recitar, a discursear". Para seguir, aterrizando (con permiso de los controladores), uno se pregunta si se podrá llevar a cabo esa presunta innovación con los equipos informáticos escasos y obsoletos de los que disponen los centros de Primaria (al menos el mío) y en las penosas condiciones actuales en lo que a redes y servidores respecta. Lo dudo.
Vuelvo al comienzo. Como dice Landero en la ya citada entrevista con Fernando del Val publicada en Turia, "Ahora hay un homenaje a la originalidad excesivo, que yo creo que es signo de cortedad mental". Uno cree lo mismo que el paisano de Alburquerque.