13.2.11

La novela de Ana Olivera

Me ha extrañado ver un libro con la firma de Ana Olivera. No sabía que escribiese. Como a tantos y tantas, le perdí la pista hace mucho. Hubo un tiempo (que a uno le parece  cada vez más lejano e irreal) en que compartimos empeños. Ella, encantadora y capaz, en el Gabinete de Iniciativas Transfronterizas y uno en el Plan de Fomento o en la Editora Regional. Precisamente la Editora ha publicado su primer libro, Del otro lado, en la preciosa colección Viajeros y Estables (otro borroso recuerdo del mismo pasado que comparto con Julián Rodríguez y Juan Luis L. Espada, que la dieron forma).
En realidad, el de Ana Olivera (Moraleja, 1967) no me ha parecido un libro de viajes. Es, más bien, una novela. Las ciudades y pueblos portugueses que la narradora recorre son la excusa perfecta para hablar de otro viaje: el de ella a sí misma. Del viaje de la vida, si se prefiere. La viajera es, por tanto, un personaje y, como lector, aprecio una innegable trama narrativa que, como digo, va mucho más allá de la tópica guía al uso. Hay un hilo narrativo aquí. Se nos cuenta una historia. De amor, para ser precisos. Los protagonistas: una pareja y sus gemelos. Y una amiga, Lucía. Ésta, obsesionada con Leonor Watling, se me antoja un alter ego de la narradora. Los gemelos, para seguir con ese juego de apariencias, a lo mejor no lo son. Quiero decir que en la nota y los agradecimientos que figuran al final del volumen se lee: "a Carlos por hacer de nosotras tres su país" lo que uno, a ciegas, entiende como "las gemelas y yo". ¿A dónde quiero ir a parar? Pues a que estamos ante un artefacto literario perfectamente hilvanado que conduce a quien lee por los vericuetos del relato o la novela corta y no tanto por los de las autopistas lusas que te llevan a lugares concretos como Évora o Coimbra.
Las tensiones de la pareja (los conflictos, celos y placeres de esa relación), las consideraciones sobre la propia existencia, las delicias (y no tanto) de los niños, las conversaciones con su amiga (esporádica acompañante aquí o allá) y, sí, los lugares portugueses visitados o revisitados van marcando esa pauta narrativa a la que aludo. Un viaje que, en lo material, va in crescendo (otro guiño literario): de la sórdida pensión lisboeta al chalet pasando por el cámping, el apartamento o la lujosa habitación de hotel algarvense.
"La literatura es un engaño", escribe Ana Olivera (o su personaje) en la página 67, en un capítulo sin título -como los que abren las distintas partes de la obra- donde se reflexiona con agudeza sobre el hecho de escribir y el hecho de leer. "[La literatura] Adiestra para vivir desdoblado", escribe allí. "La literatura refleja la erosión de un ser humano en su contacto con el mundo si bien la huella nunca es igual, depende de la materia de cada uno y de cómo se produjo sus heridas", añade. Una poética. Al fondo, sólo al fondo, el paisaje portugués y un puñado de sitios (Lisboa ante todo), aunque lo más portugués del libro quizá sea la saudade que lo recorre, con mención expresa en la página 103: "Lucía solía decir que la saudade era pura invención, un cuento de fadistas y poetas".
Uno constata, en fin, que Del otro lado es literatura, no crónica. Que incluso podría haber aparecido en otra colección de la Editora; La Gaveta, por ejemplo.
"¿No serás de esa mujeres que sufren?, le preguntan a la protagonista, una frase que marca el tono de este libro tan breve como intenso donde, según creo, se ve a las claras que Ana Olivera ha aprendido las lecciones de algún joven maestro del género al que lee mientras desayuna en el porche de madera de un bungalow en Praia da Luz.