14.2.11

Todo sobre la Nómina













Ayer Crónica, de El Mundo, el diario que inventó el periodismo de investigación en España, se atribuía el descubrimiento de la desaparición de la Nómina de Barcarrota en un gran reportaje a doble página firmado por Jaime Lázaro y A. Blázquez. Tras calificar a la dueña de la casa donde se encontró la emparedada biblioteca de "donante de patrimonio cultural", a razón de 14 millones de pesetas de 1995, uno ya puede esperar cualquier cosa. Y así fue. Por ejemplo, que el amuleto fuese a parar a otra casa, la de un "alto cargo nacional" del PSOE, un "poderoso socialista" que, para colmo, es masón. Se veía venir que el culpable era Zapatero. Uno, que sigue sin creerse la milagrosa aparición, duda tanto o más de este peregrino argumento. Total ¿para qué quiere en su casa alguien, que no sea un coleccionista o un bibliófilo, semejante papelino? ¿De posavasos, como decía un amigo?
Detrás de todo el artículo, mal redactado y lleno de errores y erratas (consúltese la última entrada de Miguel Ángel Lama), sospecho que se esconde el mismo informante que entreví en el del Hoy. (Por cierto, según El Mundo, la noticia fue filtrada interesadamente por las autoridades extremeñas al medio regional a sabiendas de que el diario madrileño estaba tras la pista de la Nómina perdida y ultimaba una sensacional exclusiva.) La misma "garganta profunda", vamos, que después de contar "su" verdad (que es una simple mentira), rehúsa hacer declaraciones. ¿Para qué, si ya lo ha dicho todo? Él y su amigo, héroe a la sazón de esta historia, pobre sufridor de este extravío, que hoy ha recibido en su biblioteca, de manos de uno de los que buscó y buscó y al fin, ¡ale hop!, encontró, el valioso documento. Sí, la última hora remite a una caja fuerte de la BREx donde ha quedado depositada por fin la Nómina y a las cínicas declaraciones del responsable de su traslado. Siguen tomándonos por imbéciles. Sobre todo a algunos.
Y sospecho que ese personaje es el mismo que está detrás del embrollo porque ni puede ni quiere ocultar su animadversión hacia Fernando Tomás Pérez González (ya expresada en su día, sin ambages, en la revista Alborayque, de la Biblioteca Regional de Extremadura) que, ahora sí, es atacado sin motivo, pero también sin conmiseración, por algo de lo que nunca fue culpable. Algo que el hallazgo de la Nómina demuestra al fin. Y todo, aunque parezca mentira, porque Fernando, en su condición de director de la Editora, no le quiso publicar un libro. "Ante los obstáculos interpuestos" por él, dicen los de El Mundo. Ay, los editores y su tremenda culpa por tener que decidir sobre qué incluyen o no en sus catálogos. Bueno, para eso están los buenos amigos, para resarcir de esas graves ofensas. Por eso, unos años después, existe una reedición de aquella obra maestra ya impresa en Extremadura; de la mano, cómo no, de la BREx. El círculo se cierra, nunca mejor dicho, y, con él, la entrañable amistad de los dos protagonistas, al fondo, en la sombra (donde los intrigantes habitan), de esta historia de desapariciones y descubrimientos.
Como "uno de los próceres de la cultura oficial extremeña" es calificado Fernando Pérez  en El Mundo y, sin un ápice de ironía, afirmo que lo fue, pues su gestión fue decisiva, no sólo para que la Biblioteca de Barcarrota pasara a formar parte del patrimonio cultural extremeño (algo que estos tampoco le perdonan), sino para muchas otras cosas más que, por larga que sea su vida, no alcanzarán a lograr estos mangantes, los muñidores, o eso parece, de esta delirante novela. Eso sí, lo mismo a ellos se les reconocen los servicios prestados a su Comunidad y les conceden, pongo por caso, la muy "oficial" Medalla de Extremadura, una condecoración que, ni siquiera a título póstumo, recibió, con todos los merecimientos, el muy "oficial"  (pero en el mejor sentido) Fernando Pérez. Ya se sabe cómo se agradecen por aquí estos desvelos.