Ya he dicho aquí alguna vez que sólo mantengo una suscripción: a Clarín, la revista literaria que dirige el también crítico ovetense José Luis García Martín.
Cuando era joven, estuve suscrito a muchas. No exagero. A demasiadas, sin duda. De ese mal lleva uno años curado. En casa, sin embargo, no quedan colecciones, apenas números sueltos. Nunca he tenido vocación de bibliófilo. Ni sitio para guardar tanto papel impreso. Uno, además, vuelve a los libros pero rara vez, casi nunca, a esas publicaciones con decidida vocación volandera.
Todo este excurso tiene que ver con la llegada del último ejemplar de Clarín, el 91 en sus dieciséis años de vida. Con el paso del tiempo, las revistas se van agotando. Suelen ponerse pesadas. Lo digo por experiencia. Entonces, apenas si las hojeas. Tal cual vienen, se van. Es cuando se convierten en innecesarias. No es el caso de ésta, por suerte. Tampoco la leo de cabo a rabo, ni de broma. Hay erudiciones y superficialidades que me tengo prohibidas. También hay, cómo no, números y números. En éste, he disfrutado sobremanera con la entrevista de Martín López-Vega a Zagajewski (nada que ver con la versión internáutica que "colgué" en este mismo blog hace unos días: ah, el papel) o el ensayo de Antonio Moreno sobre literatura autobiográfica (memorable lo de las conversaciones telefónicas con su madre) o las páginas documentadísimas de José Muñoz Millanes sobre Nápoles (una de las pocas ciudades extranjeras de la que uno puede hablar sin recurrir a los libros) o... No sigo; por suerte, todavía tengo cosas que leer.
Cuando era joven, estuve suscrito a muchas. No exagero. A demasiadas, sin duda. De ese mal lleva uno años curado. En casa, sin embargo, no quedan colecciones, apenas números sueltos. Nunca he tenido vocación de bibliófilo. Ni sitio para guardar tanto papel impreso. Uno, además, vuelve a los libros pero rara vez, casi nunca, a esas publicaciones con decidida vocación volandera.
Todo este excurso tiene que ver con la llegada del último ejemplar de Clarín, el 91 en sus dieciséis años de vida. Con el paso del tiempo, las revistas se van agotando. Suelen ponerse pesadas. Lo digo por experiencia. Entonces, apenas si las hojeas. Tal cual vienen, se van. Es cuando se convierten en innecesarias. No es el caso de ésta, por suerte. Tampoco la leo de cabo a rabo, ni de broma. Hay erudiciones y superficialidades que me tengo prohibidas. También hay, cómo no, números y números. En éste, he disfrutado sobremanera con la entrevista de Martín López-Vega a Zagajewski (nada que ver con la versión internáutica que "colgué" en este mismo blog hace unos días: ah, el papel) o el ensayo de Antonio Moreno sobre literatura autobiográfica (memorable lo de las conversaciones telefónicas con su madre) o las páginas documentadísimas de José Muñoz Millanes sobre Nápoles (una de las pocas ciudades extranjeras de la que uno puede hablar sin recurrir a los libros) o... No sigo; por suerte, todavía tengo cosas que leer.