3.4.11

¡Llega Turia!

Sí, llega el número doble, 97-98, de la revista Turia y viene, como siempre, cargado de contenido y con mucha sustancia. En esta ocasión, por destacar lo que me ha parecido más interesante, Tabucchi recorre la literatura del siglo XX a través del desasosiego; José Muñoz Millanes traza un memorable retrato de la institucionista Carmen de Zulueta (iré, en cuanto pueda, a sus libros de memorias); A. P. Lasheras recuerda al Labordeta de papel; César Antonio Molina pasea por Tebas y J. C. Cataño por Gorizia y Trieste; J. J. Ordovás lanza sus cáusticos aforismos que le dejan a uno tocado para rato; Germán Cano evoca a Cioran en su centenario; Iwasaki coordina un Cartapacio dedicado a Vargas Llosa que parece otra novela (u otro ensayo) del último Nobel; Rodney Smith (cuyas fotografías ilustran el número) y Mauricio Wiesenthal (su cosmopolitismo abruma) son entrevistados; Raúl Carlos Maícas, director de Turia, nos ofrece otra entrega de sus diarios y, además, numerosas reseñas dan cuenta de un montón de libros. Dejo para el final la sección de poesía. Muy bien acompañado (con amigos y conocidos:  J. Talens, el mexicano Pedro Serrano, J. L. Rey, L. Muñoz, A. R. Taravillo, J. M. Rodríguez...), publica uno allí, según sana costumbre, su poema turolense anual. Con permiso de Maícas, lo copio aquí debajo.

SAN MARTÍN

Aquellas escaleras
que venían de otras
-las del Resbaladero-,
te subían a un sitio
del que entonces sabías
sólo una parte ínfima
de su valor futuro.
Al entrar en la casa,
un cuarto, a la derecha,
encerraba en penumbra
la estancia de los libros.
El niño que tú eras
sin duda exageraba las medidas,
las justas, verdaderas proporciones
de aquella habitación.
Y el contenido.
Pero aquella visión
no ha dejado de ser
la ideal para alguien
que fundó en la lectura,
digamos no sin énfasis,
su proyecto de vida.
Al fondo del pasillo,
una luz anunciaba
en forma de promesa
una amplia galería
que daba a la terraza.
Allí, tendida al sol, esa azotea
que hizo las delicias de tu infancia.
Allí, la cal, las losas, las macetas
y una pila con agua y ropa blanca
que a veces visitaban las avispas.
Allí, no se te olvida, aquella vista
de torres y tejados y murallas
que daban a ese río que no cesa.
Los libros, la azotea, dos imágenes
que los años no borran; dos emblemas
del pasado, el futuro y el presente,
pues que a ellos se aferra una existencia
tan común y distinta como todas.