El poeta y periodista Javier Rodríguez Marcos (Nuñomoral, 1970) acaba de publicar en Debate (colección La Ficción Real) Un torpe en un terremoto, un libro que, como bien dice su amigo Andrés Trapiello, podría haberse titulado Un poeta en un terremoto. JRM lo es. Ante todo. De hecho, sus lectores llevamos tiempo esperando ese nuevo libro de poemas que tanto se hace esperar. Bueno, tampoco tiene uno muy claro, como su autor, el género de éste y, más allá, no falta en él lo que se dice poesía, esa cosa tan escurridiza como difícil de nombrar.
No podía sospechar JRM que la salida de su libro iba a coincidir con dos sucesos lamentables, aunque de distinta dimensión: el tsunami de Japón y el terremoto de Lorca. La actualidad, inseparable del periodismo, está, pues, garantizada. Y de qué manera. Pero, ¿de qué va? El título es elocuente. RM, periodista cultural del diario El País, estaba en casa pendiente de enviar un artículo cuando le llama un jefe (en el libro, como en el periódico, hay muchos) de la sección de Internacional que, a sabiendas de que tiene billete para Chile, donde ha de cubrir la celebración del Congreso de la Lengua Española de Valparaíso, le propone ocuparse del terremoto que ha tenido lugar (27 de febrero de 2010, el cumpleaños de Y.) en aquellas lejanas tierras. Luego se cruzaron el melvillesco "Preferiría no hacerlo" con el "Pensé que no, dije que sí. La historia de mi vida". Y allá se fue. Sin experiencia, claro, teniendo muy presentes las "obras de misericordia" que le dictó apresuradamente por teléfono otro jefe, el suyo directo, antiguo corresponsal de guerra. Y a eso iba. Su puesto avanzado: la ciudad de Concepción, en el profundo sur chileno.
Como se intuye, el relato es, al mismo tiempo, periodismo -crónica- y algo más. ¿Ficción? No diría tanto. Mejor, diario. Y ensayo. De JRM, además de sus reportajes culturales, ya habíamos leído otras prosas. Medio mundo, un libro de viajes, y Vidas construidas (de arquitectos), dejaron a las claras sus habilidades prosísticas. Aquí, con un lenguaje preciso, descarnado diría, tan tenso como las situaciones que describe, la cosa va a más.
Uno prefiere lo que tiene de personal (no me atrevo a decir de autobiográfico). A un capítulo digamos periodístico le suele suceder otro donde la peripecia particular se impone. Son, ya digo, los que más me gustan. Es indudable el valor de testimonios como el del geólogo Cecioni ("educación, información, coordinación") o la recreación que se hace de la expedición de Darwin (con fragmento del poema que le dedicó Enzensberger incluido) o, en fin, de la crónica de Martí sobre el terremoto de Charleston, pero también la narración de la acampada, a falta de hotel, en el jardín de la casa de Grimanesa Verdugo y familia y las mil odiseas que tuvo que sufrir en carne propia para poder enviar las dichosas crónica (lo más importante) y así poder desarrollar su trabajo.
El tono del libro es irónico y, no pocas veces, directamente humorístico. En él se ve a las claras el carácter de RM, muy reconocible para quienes le conocemos siquiera un poco.
Con todo, quizá lo más destacable de este excelente libro es lo que tiene de ensayo, como dejé caer antes. Sí, JRM aprovecha los azares y casualidades para desplegar una sutil teoría, muy lúcida, sobre el periodismo y la literatura, aunque más sobre lo primero (pero inseparable, ay, de lo segundo). Quiero decir que en Un torpe en un terremoto hay metaperiodismo, si eso existe, esto es, reflexión sobre la tarea periodística, sobre el reporterismo, sobre el presente y el futuro de la prensa y otros asuntos de igual o mayor enjundia que dan a la obra una densidad que en apariencia no tenía. O parecía que no iba a tener. Basta leer el capítulo 12: "¡Me dio un beso!".
Para desplegar esas ideas, tan apegadas al terreno, que tiembla -como él- cada poco, se sirve de maestros tan consumados como Kapuscinski o Chéjov (que se fue a Sajalín), pero no faltan en sus páginas referencias a su adorado Camus, al socorrido y viajero Pla o, cómo no, a Capote.
JRM confiesa que "sólo quise contar lo que vi". No es poco. Lo ha conseguido. Vamos, que, sin haber estado en medio de las ruinas de aquella catástrofe (palabra que, según explica, se fragua en este sentido a partir del famoso terremoto de Lisboa) y sin haber aguantado sacudida alguna ni pasado penalidades por culpa de la falta de agua, vivienda o alimentos, uno comprende mejor lo que han sentido y sienten cuantos se ven sometidos a esa continua expresión furiosa de la naturaleza."Decirlo nunca es verlo -dice-, por más que leerlo tal vez sí lo sea".
Ningún cierre mejor que la "teoría de Pablo" sobre escapar y perseguir para apuntalar Un torpe en un terremoto. Ni ninguna cita más adecuada que las palabras de Darwin, cuando regresa a casa tras recorrer medio mundo y dar a luz su teoría sobre el origen de las especies. No me extraña que le parecieran escritas por él. Un libro, por fortuna, digno de un periodista, pero que rebasa los límites del género y las indicaciones de los libros de estilo. Es imposible sentir, como dijo Rulfo, "remordimientos". Al revés. Libro, en suma, para escapar y para perseguir, porque en el juego de la vida ambas acciones son inevitables.
No podía sospechar JRM que la salida de su libro iba a coincidir con dos sucesos lamentables, aunque de distinta dimensión: el tsunami de Japón y el terremoto de Lorca. La actualidad, inseparable del periodismo, está, pues, garantizada. Y de qué manera. Pero, ¿de qué va? El título es elocuente. RM, periodista cultural del diario El País, estaba en casa pendiente de enviar un artículo cuando le llama un jefe (en el libro, como en el periódico, hay muchos) de la sección de Internacional que, a sabiendas de que tiene billete para Chile, donde ha de cubrir la celebración del Congreso de la Lengua Española de Valparaíso, le propone ocuparse del terremoto que ha tenido lugar (27 de febrero de 2010, el cumpleaños de Y.) en aquellas lejanas tierras. Luego se cruzaron el melvillesco "Preferiría no hacerlo" con el "Pensé que no, dije que sí. La historia de mi vida". Y allá se fue. Sin experiencia, claro, teniendo muy presentes las "obras de misericordia" que le dictó apresuradamente por teléfono otro jefe, el suyo directo, antiguo corresponsal de guerra. Y a eso iba. Su puesto avanzado: la ciudad de Concepción, en el profundo sur chileno.
Como se intuye, el relato es, al mismo tiempo, periodismo -crónica- y algo más. ¿Ficción? No diría tanto. Mejor, diario. Y ensayo. De JRM, además de sus reportajes culturales, ya habíamos leído otras prosas. Medio mundo, un libro de viajes, y Vidas construidas (de arquitectos), dejaron a las claras sus habilidades prosísticas. Aquí, con un lenguaje preciso, descarnado diría, tan tenso como las situaciones que describe, la cosa va a más.
Uno prefiere lo que tiene de personal (no me atrevo a decir de autobiográfico). A un capítulo digamos periodístico le suele suceder otro donde la peripecia particular se impone. Son, ya digo, los que más me gustan. Es indudable el valor de testimonios como el del geólogo Cecioni ("educación, información, coordinación") o la recreación que se hace de la expedición de Darwin (con fragmento del poema que le dedicó Enzensberger incluido) o, en fin, de la crónica de Martí sobre el terremoto de Charleston, pero también la narración de la acampada, a falta de hotel, en el jardín de la casa de Grimanesa Verdugo y familia y las mil odiseas que tuvo que sufrir en carne propia para poder enviar las dichosas crónica (lo más importante) y así poder desarrollar su trabajo.
El tono del libro es irónico y, no pocas veces, directamente humorístico. En él se ve a las claras el carácter de RM, muy reconocible para quienes le conocemos siquiera un poco.
Con todo, quizá lo más destacable de este excelente libro es lo que tiene de ensayo, como dejé caer antes. Sí, JRM aprovecha los azares y casualidades para desplegar una sutil teoría, muy lúcida, sobre el periodismo y la literatura, aunque más sobre lo primero (pero inseparable, ay, de lo segundo). Quiero decir que en Un torpe en un terremoto hay metaperiodismo, si eso existe, esto es, reflexión sobre la tarea periodística, sobre el reporterismo, sobre el presente y el futuro de la prensa y otros asuntos de igual o mayor enjundia que dan a la obra una densidad que en apariencia no tenía. O parecía que no iba a tener. Basta leer el capítulo 12: "¡Me dio un beso!".
Para desplegar esas ideas, tan apegadas al terreno, que tiembla -como él- cada poco, se sirve de maestros tan consumados como Kapuscinski o Chéjov (que se fue a Sajalín), pero no faltan en sus páginas referencias a su adorado Camus, al socorrido y viajero Pla o, cómo no, a Capote.
JRM confiesa que "sólo quise contar lo que vi". No es poco. Lo ha conseguido. Vamos, que, sin haber estado en medio de las ruinas de aquella catástrofe (palabra que, según explica, se fragua en este sentido a partir del famoso terremoto de Lisboa) y sin haber aguantado sacudida alguna ni pasado penalidades por culpa de la falta de agua, vivienda o alimentos, uno comprende mejor lo que han sentido y sienten cuantos se ven sometidos a esa continua expresión furiosa de la naturaleza."Decirlo nunca es verlo -dice-, por más que leerlo tal vez sí lo sea".
Ningún cierre mejor que la "teoría de Pablo" sobre escapar y perseguir para apuntalar Un torpe en un terremoto. Ni ninguna cita más adecuada que las palabras de Darwin, cuando regresa a casa tras recorrer medio mundo y dar a luz su teoría sobre el origen de las especies. No me extraña que le parecieran escritas por él. Un libro, por fortuna, digno de un periodista, pero que rebasa los límites del género y las indicaciones de los libros de estilo. Es imposible sentir, como dijo Rulfo, "remordimientos". Al revés. Libro, en suma, para escapar y para perseguir, porque en el juego de la vida ambas acciones son inevitables.