2.7.11

En Sevilla

Una cosa es ver en los informativos de la tele a los sevillanos (viajeros y estables) arrastrando sus cuerpos por las calles bajo un calor inclemente y otra muy distinta sufrirlo en carne propia, como nos pasó a nosotros ayer. Sí, tampoco es lo mismo ir sin prisa por la ciudad, como un turista, aprovechando la belleza que ese lugar te ofrece, que haciendo alocadas gestiones de acá para allá, a la busca desesperada de un sitio donde tu hijo pueda vivir el próximo curso.
Cuando uno ya acariciaba la idea de pasarse en Salamanca algunas horas a lo largo de los próximos años, cambian la tornas y, sin previo aviso (luego dicen de los poetas, que si profetas y tal), uno se ve bajando cada poco al Sur, otra delicia, donde el muchacho ha decidido iniciar sus estudios universitarios. Bueno, o eso parece, porque cualquier seguridad tratándose de estos asuntos es cosa delicada.
Con todo, ayer, caminando por Tetuán o Sierpes entre miles de personas de "rebajas", intentando comer cualquier cosa entre guiris, charlando con taxistas de esto y de lo otro, entrevistándonos con directores de colegios y residencias universitarias, una de las ciudades más bonitas del mundo se le quedaba a uno en mero desierto hostil y toda esa poesía que encierra (la que vienen escribiendo, en los últimos tiempos, poetas que admiro) en versos deshilachados que no resistían, como nosotros, la caló.
Ya habrá ocasión, supongo, de volver a la Sevilla real, no a la del espejismo.