A estas alturas, no pretende uno descubrir a Jorge Riechmann (Madrid, 1962). Ya lo está desde hace años. Empezó pronto. El primer tramo de su poesía está reunido en Futuralgia (Calambur, 2011) y abarca desde 1979 a 2000. Después han venido otros títulos, entre ellos, Conversaciones entre alquimistas, que publicó Tusquets en 2007. En la misma colección, una de las más plurales del panorama, se edita ahora El común de los mortales.
Es fácil acusar a Riechmann de torrencial. No sólo escribe mucho sino que, además, sus libros suelen ser voluminosos. Éste, que incluye poemas escritos entre 2007 y 2010, tiene 264 páginas, algo poco frecuente en libros de poesía.
En plena crisis del capitalismo y recién estrenado el cambio político en España, pocas obras más actuales que ésta. Pero cuidado, no quiero dar a entender que estamos ante un libro "de ocasión", a la moda. No, nada más lejos de la verdad. Quienes seguimos a Riechmann sabemos que sus preocupaciones por la política y la ecología, ante todo, vienen de atrás. Lo que ocurre es que lo que parecían propuestas teóricas más o menos acertadas, atrevidas lecturas con su punto alarmistas (se menciona en alguna ocasión la palabra catástrofe) son ahora crudas realidades ante las que ya no cabe inhibirse. Estamos sin duda ante una poesía comprometida, de protesta, como se decía antes, pero nada panfletaria y, menos aún, descuidada y mal escrita. La literatura prima sobre la denuncia y Riechmann tiene muy claro que la poesía es imprescindible para decir lo que quiere. Es más: ni puede ni quiere decirlo de otra manera. No es menos cierto que su discurso poético roza a veces lo prosístico (el ensayo es en él otra pasión) y que algunos versos parecen (o son) aforismos. Para comprender la fluencia de su tono, atento a la música de lo que importa, confesaré que hasta la página 126 no caí en la cuenta de que los poemas estaban escritos sin signos de puntuación, puntos y comas. Prima, ya digo, la poesía y la palabra brilla, desde su esencial pobreza ("vegetariana"), con toda su luz. La poesía y el amor, como declara en un verso."Somos lo que hay entre tú y yo/ entre yo y nosotros". Sí, estamos ante una poesía del nosotros que lucha decididamente contra el imperio posmoderno del "yo" y del individualismo liberal. Una poesía de "los otros", que son convocados, a veces, bajo la invocación de "amigos". "Otros" que viven bajo esa hybris denominada "sociedad industrial". Hombres y mujeres que sufren y padecen la expulsión de un paraíso primigenio donde la vida era sencilla y hasta humana.
Una poesía del No que lucha contra la indiferencia quejosa de los hombres huecos. La de alguien que proclama su fidelidad al mundo y al lenguaje. Una poesía de la inteligencia, lo que demuestra que no siempre la lucidez estorba al verso y que es peor la necedad y la tontería que encubre ese vacuo palabreo pseudosurrealista que tanto se sigue llevando.
Una poesía que no renuncia al humanismo y a la utopía, que declara su amor por los otros, ya se dijo, por la amada, sólo faltaría, pero también por los animales, muy presentes en estas páginas. Los primeros, claro, los poetas, esos "animales minusválidos". A la poesía, precisamente, le dedica una de las partes del libro, compuesta de poemas tan elocuentes como naturales, lejos de cualquier afectación metapoética. Y al fondo, detrás de los versos y de todo lo que estos declaran, la vida, verdadera protagonista de esta obra que no oculta su envés, la muerte, y ya allí, esos "morideros" donde llevan a los viejos y a los enfermos (esos "otros" que Riechmann no olvida) para el último, definitivo viaje.
Se trata al cabo de vivir, pero "de otra manera", viene a concluir el poeta. Por lo menos para poder seguir haciéndolo en este frágil planeta. "¿Cómo se sale del callejón sin salida?", se pregunta. Uno, después de leer El común de los mortales, parece entrever una salida. En estos tiempos de tribulación, con ese precario vislumbre basta.
Es fácil acusar a Riechmann de torrencial. No sólo escribe mucho sino que, además, sus libros suelen ser voluminosos. Éste, que incluye poemas escritos entre 2007 y 2010, tiene 264 páginas, algo poco frecuente en libros de poesía.
En plena crisis del capitalismo y recién estrenado el cambio político en España, pocas obras más actuales que ésta. Pero cuidado, no quiero dar a entender que estamos ante un libro "de ocasión", a la moda. No, nada más lejos de la verdad. Quienes seguimos a Riechmann sabemos que sus preocupaciones por la política y la ecología, ante todo, vienen de atrás. Lo que ocurre es que lo que parecían propuestas teóricas más o menos acertadas, atrevidas lecturas con su punto alarmistas (se menciona en alguna ocasión la palabra catástrofe) son ahora crudas realidades ante las que ya no cabe inhibirse. Estamos sin duda ante una poesía comprometida, de protesta, como se decía antes, pero nada panfletaria y, menos aún, descuidada y mal escrita. La literatura prima sobre la denuncia y Riechmann tiene muy claro que la poesía es imprescindible para decir lo que quiere. Es más: ni puede ni quiere decirlo de otra manera. No es menos cierto que su discurso poético roza a veces lo prosístico (el ensayo es en él otra pasión) y que algunos versos parecen (o son) aforismos. Para comprender la fluencia de su tono, atento a la música de lo que importa, confesaré que hasta la página 126 no caí en la cuenta de que los poemas estaban escritos sin signos de puntuación, puntos y comas. Prima, ya digo, la poesía y la palabra brilla, desde su esencial pobreza ("vegetariana"), con toda su luz. La poesía y el amor, como declara en un verso."Somos lo que hay entre tú y yo/ entre yo y nosotros". Sí, estamos ante una poesía del nosotros que lucha decididamente contra el imperio posmoderno del "yo" y del individualismo liberal. Una poesía de "los otros", que son convocados, a veces, bajo la invocación de "amigos". "Otros" que viven bajo esa hybris denominada "sociedad industrial". Hombres y mujeres que sufren y padecen la expulsión de un paraíso primigenio donde la vida era sencilla y hasta humana.
Una poesía del No que lucha contra la indiferencia quejosa de los hombres huecos. La de alguien que proclama su fidelidad al mundo y al lenguaje. Una poesía de la inteligencia, lo que demuestra que no siempre la lucidez estorba al verso y que es peor la necedad y la tontería que encubre ese vacuo palabreo pseudosurrealista que tanto se sigue llevando.
Una poesía que no renuncia al humanismo y a la utopía, que declara su amor por los otros, ya se dijo, por la amada, sólo faltaría, pero también por los animales, muy presentes en estas páginas. Los primeros, claro, los poetas, esos "animales minusválidos". A la poesía, precisamente, le dedica una de las partes del libro, compuesta de poemas tan elocuentes como naturales, lejos de cualquier afectación metapoética. Y al fondo, detrás de los versos y de todo lo que estos declaran, la vida, verdadera protagonista de esta obra que no oculta su envés, la muerte, y ya allí, esos "morideros" donde llevan a los viejos y a los enfermos (esos "otros" que Riechmann no olvida) para el último, definitivo viaje.
Se trata al cabo de vivir, pero "de otra manera", viene a concluir el poeta. Por lo menos para poder seguir haciéndolo en este frágil planeta. "¿Cómo se sale del callejón sin salida?", se pregunta. Uno, después de leer El común de los mortales, parece entrever una salida. En estos tiempos de tribulación, con ese precario vislumbre basta.
VASTOS HORIZONTES (4)
George Steiner declara
que él es un optimista de la catástrofe:
en las trincheras
de la segunda guerra mundial
¿no leía la gente a Rilke y Shakespeare?
Cuando las cosas van mal dice
la gente vuelve a la calidad
Así que amigos
nada de agobiarse:
una buena guerra civil
y regresamos a Garcilaso
un buen ecocidio
y volveremos a apreciar a Homero
(La fotografía es de Marta Beltrán)