29.12.11

Calleja del Altozano: una carta

Hace unos meses, José Julián Barriga Bravo me envió el mecanoscrito de su libro Calleja del Altozano. Memoria de un lector inexperto que ahora publica Beturia (Madrid, 2012) con unos bonitos dibujos de Carlos Vilardebó. Después de leer, escribí al periodista extremeño la carta que copio a continuación:

Excelente libro, querido amigo. Ha sido un placer leerlo. Vaya por delante. Y eso que lo he hecho, ay, demasiado deprisa. Ya estoy deseando volver sobre él con la calma debida.
No hace falta que te diga que ese “formato”, entre el diario y el ensayo, la reflexión y la poesía (sí), la memoria y el olvido, me encanta. Ningún principio mejor que ese prologuillo lleno de gracia que le has puesto. Bueno, después del título, del todo acertado. Por no mencionar el irónico subtítulo.
Lo demás ya viene solo. Esa mezcla de las memorias de lo rural y, ya allí, de la infancia, y los contrapuntos literarios y filosóficos que van dando soltura al libro, aligerándolo a veces y adensándolo otras. Los nombres (y las citas) son elocuentes: de Pla a Jünger, de Seifert (¡cuánto me agradó esa obra!) a JRJ, de Espriu (¡qué injusto olvido!) a Baroja (y la anécdota cauriense y zapatillesca sobre la que escribiera nuestro Gonzalo Hidalgo Bayal) y… Canetti, Paz, Torga, Leopardi, Camus, los rusos, Manent (imprescindible), Unamuno, Andrade y hasta mis admirados Brines y Gil-Albert. ¡Hasta Jaccottet! Ah, y Eliseo Diego. No te falta nadie.
Detrás de tu libro hay un elogio de la lectura que debe ponderarse. Sobre todo por quienes hemos hecho de la lectura un modo de vida.
Déjame que te envíe (recuérdame tu dirección postal) el último libro del suizo, editado en Extremadura de la mano de la Fundación Ortega Muñoz.
De Hiperión, ya lo veo, has sacado un imperio poético que no hay poeta que se salte. Cultura, de la buena, que no falte. Tampoco escritura de la mejor: da gusto leerte y eso, ay, es muy de agradecer. Tu estilo sin retóricas ni falsos brillos, sobrio y elegante (muy extremeño, si se me permite el exceso) es casi lo mejor del libro. No es decir poco.
Me gusta también ese ir de lo local a lo universal (lo local sin fronteras). Ese cosmopolitismo garrovillense que es mucho más que muchos paletismos neoyorkinos. Un lugar, el tuyo, que es un mundo, el de todos o el de cualquiera que quiera irse a vivir en él.
Qué bien le va a venir este libro a nuestra literatura (otro exceso): a la extremeña y a la española, de la que aquélla forma parte.
Qué envidia de paseos, de casa, de patio, de jardín, de lecturas, de pueblo… Ay, los que no lo hemos tenido nunca. Los que desconocemos el nombre exacto de las cosas del campo, por ejemplo. Cuánto agradece uno que le rescaten para siempre un mundo que ya se ha ido, delante de nuestras narices de fin de siglo. Siente uno nostalgia de lo que no conoció, que diría Siza.
Qué estampas. Qué personajes (Dionisio El Tonto, pongo por caso, o tía P., la suicida). Qué paisajes (clasificados por Manguel o no).
Bien también por tu sentido del humor. Sordo, sin altisonancias de chiste. Ejemplar. Como cuando cuentas lo de las cerezas.
No te importará que te diga que tu libro me recuerda, a veces, al mejor Trapiello. Y lo digo como elogio, claro.
Muy bien por las alusiones y viajes a Portugal. A Marvao, por ejemplo.
Bueno, a qué seguir. Impecable, amigo.
¿Pegas? Ninguna. Si acaso algunas erratas o así: a veces das las fechas enteras y otras no (1984 u 84); Emilio La Parra (no “de la Parra”), o cuando hablas de Ángel Valente y no de José Ángel Valente. Nada más me ha llamado la atención.
Bueno, lo dicho, enhorabuena por ese libro y mil gracias por haberme permitido leerlo. Un privilegio, sin duda.
Sólo una pena: no haber llegado a tiempo de ser su (posible) editor.

Un fuerte abrazo,
Álvaro Valverde

(Nota: en la fotografía, el autor, a la izquierda, junto al periodista Fernando Ónega durante la presentación madrileña del libro.)