Entre blogeros e internautas (literarios) en general no es cuestión de descubrir a estas alturas a Vicente Luis Mora, creador del influyente Diario de Lecturas y autor de El lectoespectador, publicado en Seix Barral en su colección Los tres mundos. Ensayista, narrador y poeta, es en la actualidad director del Instituto Cervantes de Marrakech, como antes lo fue del de Albuquerque.
Convencido de que una nueva época se ha abierto (o se está abriendo) en torno a este mundo globalizado en que vivimos uno de cuyos centros, además de en los dichosos mercados, está en Internet, desarrolló en un ensayo anterior el concepto de Pangea, nombre que toma de aquel supercontinente único que formó la parte sólida de la Tierra y que le sirve para designar a los habitantes de éste, unidos por medios tecnológicos y comunicativos que la disgregación continental no puede ya impedir. Y de Pangea surge la literatura pangeica que, de estirpe conceptual, vendría a coincidir (en España) con la practicada por la Generación Nocilla, un grupo o tendencia afterpop de la que VLM se dio de baja hace unos meses razonadamente.
Del citado blog surgen no pocos de los capítulos de esta obra fragmentaria (un rasgo evidente de lo pangeico) que uno ha leído lápiz en ristre, tanto para subrayar como para tomar las consiguientes anotaciones. Sí, si hay una virtud destacable de este libro es la avalancha de posibilidades de reflexión y de crítica que provoca en el lector. O en el lectoespectador, mejor dicho, ese sujeto contemporáneo que centra en la mirada (o en la visión) su pregnancia del mundo y que VLM define como "aquel receptor de una forma artística compuesta por texto más imagen".
Apabulla la cantidad de citas y citas y más citas que el libro contiene lo que, por otra parte, no deja de ser un rasgo de honestidad intelectual que en este mundo de copia, plagia y pega siempre se agradece. Epígrafes, por cierto, de autores que, más allá de los grandes (Benjamin, Bauman, Virilio, Deleuze, Sloterdijk, Derrida, Molinuevo, Rodríguez de la Flor, etc.) uno desconoce ya que corresponden a multitud de incipientes narradores y jóvenes filósofos que no han llegado todavía al denominado, un decir, gran público. Si serán numerosas las citas (las notas a cada capítulo y la amplia bibliografía final dan buena cuenta de ello) que hasta un tardomoderno (si acaso) como yo aparece por allí, de la sabia mano de César Simón, para afirmar que "vivir es deslizarse", un concepto que (y uno sin saberlo) habría que atribuir a Lipovetsky. Como al muy presente Bauman, el de sociedad líquida, otra de las patas de este banco del siglo XXI.
El mencionado Internet y, ya aquí, Google (y todas sus variantes, Google Earth ante todo: "somos aquello que buscamos"), las redes sociales (Facebook, Twitter, etc.), los libros digitales (e-book), los blogs (lo textovisual) y todo lo demás ("mi casa es donde tengo mi ordenador", dice un personaje de una novela de Vicenç Pagès Jordá) son las claves sobre las que se asienta un nuevo modo de leer y de escribir (una ciberliteratura que se basa en las imágenes y los enlaces: el intertexto) que exigen, claro está, "nueva formas de análisis", un nueva manera de criticar (en nube, of course).
El cambio, nos anuncia VLM, viene por la prosa y no por el verso. La poesía, al parecer, hace tiempo que desistió de la experimentación, por más que algunos sigamos observando, más que leyendo, las artes pirotécnicas de ciertas vanguardias que no mueren.
Enrique Lynch se despachaba a gusto en Babelia con una reseña sobre el libro que tituló "Tecnoempacho". Me pareció excesiva. Con todo, alguna razón tiene. Tampoco tiene uno muy claro que la modernidad de algo o de alguien la marque estar a la última moda o al último grito: ser ultramoderno. No discuto que nada es ya lo mismo ni que los nuevos tiempos no exijan nuevas explicaciones. Lo que no termino de tener claro es si esto es nuevo de verdad o sólo estamos descubriendo otra vez el Mediterráneo. En literatura, ¿no está todo inventado? Si estamos ante "semillas de un arte nuevo" o ante meros experimentos con gaseosa virtual. Si, en fin, esas novedosas narraciones tienen entidad literaria o son meros juegos para aplazar el aburrimiento de una sociedad que dicen lúdica y es, sobre todo, vulgar y consumista. El propio VLM lo intentó con su novela Alba Cromm (Seix Barral, 2010).
Me quedo, ya lo dije, con la capacidad de VLM para interpelar al lector (o al lectoespectador) y hacerle pensar y dar vueltas y más vueltas a multitud de ideas y realidades que ya forman parte de nuestras tecnológicas circunstancias. "Como ven -leemos en la página 88- la grandeza de un libro no se desprende a veces de las cuestiones que viene a responder, sino de aquellas que viene a formular".
Convencido de que una nueva época se ha abierto (o se está abriendo) en torno a este mundo globalizado en que vivimos uno de cuyos centros, además de en los dichosos mercados, está en Internet, desarrolló en un ensayo anterior el concepto de Pangea, nombre que toma de aquel supercontinente único que formó la parte sólida de la Tierra y que le sirve para designar a los habitantes de éste, unidos por medios tecnológicos y comunicativos que la disgregación continental no puede ya impedir. Y de Pangea surge la literatura pangeica que, de estirpe conceptual, vendría a coincidir (en España) con la practicada por la Generación Nocilla, un grupo o tendencia afterpop de la que VLM se dio de baja hace unos meses razonadamente.
Del citado blog surgen no pocos de los capítulos de esta obra fragmentaria (un rasgo evidente de lo pangeico) que uno ha leído lápiz en ristre, tanto para subrayar como para tomar las consiguientes anotaciones. Sí, si hay una virtud destacable de este libro es la avalancha de posibilidades de reflexión y de crítica que provoca en el lector. O en el lectoespectador, mejor dicho, ese sujeto contemporáneo que centra en la mirada (o en la visión) su pregnancia del mundo y que VLM define como "aquel receptor de una forma artística compuesta por texto más imagen".
Apabulla la cantidad de citas y citas y más citas que el libro contiene lo que, por otra parte, no deja de ser un rasgo de honestidad intelectual que en este mundo de copia, plagia y pega siempre se agradece. Epígrafes, por cierto, de autores que, más allá de los grandes (Benjamin, Bauman, Virilio, Deleuze, Sloterdijk, Derrida, Molinuevo, Rodríguez de la Flor, etc.) uno desconoce ya que corresponden a multitud de incipientes narradores y jóvenes filósofos que no han llegado todavía al denominado, un decir, gran público. Si serán numerosas las citas (las notas a cada capítulo y la amplia bibliografía final dan buena cuenta de ello) que hasta un tardomoderno (si acaso) como yo aparece por allí, de la sabia mano de César Simón, para afirmar que "vivir es deslizarse", un concepto que (y uno sin saberlo) habría que atribuir a Lipovetsky. Como al muy presente Bauman, el de sociedad líquida, otra de las patas de este banco del siglo XXI.
El mencionado Internet y, ya aquí, Google (y todas sus variantes, Google Earth ante todo: "somos aquello que buscamos"), las redes sociales (Facebook, Twitter, etc.), los libros digitales (e-book), los blogs (lo textovisual) y todo lo demás ("mi casa es donde tengo mi ordenador", dice un personaje de una novela de Vicenç Pagès Jordá) son las claves sobre las que se asienta un nuevo modo de leer y de escribir (una ciberliteratura que se basa en las imágenes y los enlaces: el intertexto) que exigen, claro está, "nueva formas de análisis", un nueva manera de criticar (en nube, of course).
El cambio, nos anuncia VLM, viene por la prosa y no por el verso. La poesía, al parecer, hace tiempo que desistió de la experimentación, por más que algunos sigamos observando, más que leyendo, las artes pirotécnicas de ciertas vanguardias que no mueren.
Enrique Lynch se despachaba a gusto en Babelia con una reseña sobre el libro que tituló "Tecnoempacho". Me pareció excesiva. Con todo, alguna razón tiene. Tampoco tiene uno muy claro que la modernidad de algo o de alguien la marque estar a la última moda o al último grito: ser ultramoderno. No discuto que nada es ya lo mismo ni que los nuevos tiempos no exijan nuevas explicaciones. Lo que no termino de tener claro es si esto es nuevo de verdad o sólo estamos descubriendo otra vez el Mediterráneo. En literatura, ¿no está todo inventado? Si estamos ante "semillas de un arte nuevo" o ante meros experimentos con gaseosa virtual. Si, en fin, esas novedosas narraciones tienen entidad literaria o son meros juegos para aplazar el aburrimiento de una sociedad que dicen lúdica y es, sobre todo, vulgar y consumista. El propio VLM lo intentó con su novela Alba Cromm (Seix Barral, 2010).
Me quedo, ya lo dije, con la capacidad de VLM para interpelar al lector (o al lectoespectador) y hacerle pensar y dar vueltas y más vueltas a multitud de ideas y realidades que ya forman parte de nuestras tecnológicas circunstancias. "Como ven -leemos en la página 88- la grandeza de un libro no se desprende a veces de las cuestiones que viene a responder, sino de aquellas que viene a formular".