No Nicanor, José Luis. Madrileño del 44, aunque su vida haya transcurrido en Valencia. Poeta tardío (su primer libro es del 89), era para mí un desconocido hasta que cayó hace unos días en mis manos una antología suya, Cimas y abismos (Renacimiento), con selección y prólogo del también poeta Antonio Cabrera. Los poemas corresponden a sus libros Un hacha para el hielo, Del otro lado de la cumbre (1996), La
pérdida del reino (1977), Los dones
suficientes (2000), Tiempo de renuncia (2004) y De la frontera (2009), así como unos cuantos inéditos, adelanto de un libro que publicará Pre-Textos (que se ocupó de los tres últimos) el próximo otoño.
Con ser cierto que hay un "insuficiente conocimiento" de su poesía entre los lectores españoles y que se da una evidente "desubicación generacional" (por eso Parra no aparece en los recuentos habituales), tiene razón Cabrera al afirmar al final de su hermoso y entregado prólogo que "el tiempo va a ser clemente con la obra de José Luis Parra". Después de leer sus versos no es difícil coincidir con ese vaticinio.
Poesía de la experiencia (a pesar de lo gastado del término, por elevación lo es), tremendamente vitalista, de tono coloquial y lenguaje conversacional, con regusto clásico (sutiles homenajes se deslizan entre líneas), de marcado carácter autobiográfico, el protagonista de estos poemas viene a ser un hombre de mediana o avanzada edad que fuma (constantemente: hay alusiones a ello a lo largo de todo el libro), que bebe (y vive) en los bares, solitario en compañía (a veces), que enferma, se enamora (rara vez), que es consciente del paso inexorable del tiempo y, sobre todo, que tiene miedo. Alguien que no pocas veces recuerda una figura capital: su madre. Los poemas del noctámbulo Parra, tienden, por todo lo dicho, a la elegía, si bien en ocasiones se transforman en himnos: celebración de la mañana, de la luz, del verano, de la vida. Vida que para él "es condena": "Si tan sólo vivir tales estragos acarrea, / es terrible estar vivo".
En una entrevista fechada un 20 de noviembre, Parra afirmaba: "la verdad es que la muerte ha sido el motor de toda mi poesía". Es lo primero que deduce quien se acerca a ella. "Morir es coherente. / Y bien está que así sea", escribe.
Eso no obsta para que el humor se cuele en sus versos. En poemas como "Esperando a Bárbara" (un homenaje a Cavafis), por ejemplo. Un humor que, con sus dosis de inevitable ironía, esquiva el patetismo, a pesar de que a veces se insinúe cierta autocomplacencia en el dolor y en la queja.
Al modo brinesco (a Brines precisamente le dedica un poema), se podría decir que la poesía de Parra es el ensayo de una despedida. El poeta anticipa la muerte desde la vida; el desamor cuando aún está enamorado; la enfermedad cuando todavía está sano; la vejez cuando la edad no le ha vencido del todo. Tal vez de aquí se deduzca la importancia que tiene en su obra el asunto de la identidad: "¿Quién me protegerá / de mí mismo?", escribe. O: "¿Quién es yo? ¿A dónde me dirijo?". Poesía de daños, devastaciones, decadencias y derrotas, Parra se escuda en la lucidez para dar cuenta de sí. Por duro que eso sea: "Me llamo Nadie y nada me ilusiona".
Son muchos los poemas que uno destacaría: "Somníferos", " Days of wine and roses", "Café Malvarrosa", "Purgatorio", "Foto de familia", "Todavía", "Meditación en un aniversario", "Adelante, viajero", "Plantas naturales y plantas literarias"...
Los últimos son especialmente intensos. Más breves y certeros, sin ninguna concesión, más directos y sustanciales. En este sentido, el libro que se anuncia será uno de los mejores de Parra, o eso intuyo.
A modo de poética, en "El mismo dios de lo servido" dejó escrito:
Ya es suficiente recompensa
el poema en sí mismo
No te envanezcan, pues, elogios
tal vez inmerecidos,
ni te enfurezca crítica injusta o arbitraria.
Humilde y orgulloso, aplícate en tu oficio;
pon atención, entrega
y si sabes esperar
con la sabia paciencia con que esperan
los pocos elegidos,
seguro que algún día, el breve aleteo de la gracia
descienda sobre ti.
Verás agradecido,
de pronto aparecer entre la niebla,
Venecia fascinante, el edificio
resuelto del poema.
Poco importan, entonces, la pobreza
y el fracaso, el estigma de los vicios;
poco, la fama lisonjera.
Tu premio, el mismo dios de lo servido.
Lo demás es, como diría Toni Garrido, o ruido o silencio.
(Nota: la fotografía es de Susana Benet)