16.9.12

Otro poema tangerino



47

¿Por qué, repites, Tánger?

Ella recuerda
su llegada a la nueva ciudad.

Antes, la travesía en el barco,
y el largo viaje
hasta la tierra de su padre.

Antes, el dolor de dejar
su ciudad para siempre.
De verla desaparecer entre la bruma.

Ella recuerda la llegada.
la mañana fría, las casas bajas,
el cafetín inhóspito.

Y ya allí, a su madre
volviendo del mercado
con los ojos llorosos.
No me entienden, decía.
O: no hay pescado
y, si hay, está muerto.

Ella recuerda que estuvieron
quince días seguidos
comiendo sólo fruta.
Lo mal que les sentaban las comidas
guisadas con aceite.

Y mientras, la tristeza.
El soterrado dolor o el llanto explícito.
Por la nostalgia, sobre todo.

Entre tanto, el frío.
Él, tan hostil. Ellos,
tan desacostumbrados.

Es enero. Los juguetes de Reyes
vienen en las maletas.

Y después, las bromas en el colegio.
Y el “nací en Tánger, pero soy española”.
Y los castigos por salir al baño sin permiso,
como era lo normal hasta entonces.

Y los viajes de los domingos por la tarde
al pueblo de su padre. Y los mareos
por tortuosas carreteras secundarias
atestadas de curvas.

Y las caídas en aquellas calles
llenas de rollos, como dicen ellos.

Y siempre, y cada día,
al acostarse y al levantarse,
los mismos deseos de volver.

De ver el mar de nuevo,
por ejemplo. De olerlo.
De pasear por amplios bulevares,
no por calles angostas.
De ir a la playa y no al río.

Al principio, y por cualquier excusa,
su madre regresaba.
Pequeñas temporadas,
para salvar la pena.
Luego volvía. Pero nada era igual.
O empeoraba.

Hasta que, poco a poco,
se fue apoderando de los cuatro
(su padre era más fuerte, él volvía a su patria)
la inevitable sensación de la derrota.
Porque la vuelta atrás nunca es posible.

Nota: Este poema pertenece al libro inédito Más allá, Tánger y ha sido publicado en el número 39 de la revista Sibila
La acuarela que lo ilustra es de Salvador Retana.