Maqueta del proyecto de Selgas y Cano |
Uno recuerda bien la mañana fría y desapacible que el consejero de Cultura de entonces, Paco Muñoz, colocó la primera piedra de lo que iba a ser el Palacio de Congresos de Plasencia. Fue a finales de 2006. Publiqué una breve crónica aquí. Pasé un mal rato, aunque eso no lo dijera entonces. Nunca me gustaron los actos sociales y menos con autoridades, más si, como aquellas, con excepciones, eran del sector estirado. Ellos, los cargos locales, sabían además -los jefes se fueron pronto o hablaban entre ellos- que yo no era uno de los suyos. Un militante, quiero decir. Tras las palabras de rigor, piqué algo y me escapé, según costumbre, en cuanto pude.
Como el resto de mis paisanos, también temo que se termine por fin: ¿qué haremos con él? Sin un euro en las arcas municipales, será difícil contratar personal, enfriarlo o calentarlo, mantener su limpieza... Y, sobre todo, dar sentido a su existencia elaborando un programa de actos, que para eso se construyó. Bueno, para eso y para el lucimiento de la clase política que concebía estos lugares como dádivas y pago de favores, como regalías y premios que luego serían utilizados como trofeos y bazas electorales. Despilfarro también se podría llamar a esa figura.