13.12.12

Yo menos yo

En el tema 5 del libro de texto de Lengua que uno maneja con sus alumnos de 6º de Primaria se explica la Lírica. Para empezar, les digo a los muchachinos que se olviden de tan pomposo término y que hablen, hablemos, de Poesía. En la primera línea les dicen que comprende todas "las obras escritas en verso", por lo que vuelve uno a enmendarles la plana a los de Santillana para afirmar que también hay obras en prosa que son poesía, y no sólo los denominados "poemas en prosa". Viene esto a cuento de otro libro, Yo menos yo, de Antonio Sáez Delgado (Cáceres, 1970) que si bien está escrito (aparentemente) en prosa (con tres excepciones: los poemas "Dogma", "Mordaza" y "Erosión") es, como me aseguraron los editores (de la luna libros) antes de que lo leyera, pura poesía. Vamos, que tiene más poesía que mucha de la que pasa por serlo; escrita, ésta sí, en renglones cortos, que no en verso. Por si hiciera falta aclararlo, ASD escribe en un capítulo final de "Deudas y agradecimientos", refiriéndose al suyo: "Quiere ser un libro, no un género". Y eso es, sin lugar a dudas Yo menos yo. Sí, aunque exagero, ya sabemos que algunos siguen considerando poesía sólo al soneto (lo que le ocurriría, por lógica, al abuelo del poeta). Otros ya demostraron hace tiempo (y no con teorías) que eso de los géneros, en sentido pedagógico y estricto, es cosa de otros siglos. Este libro es buena prueba de ello.
A la memoria (esa "tierra de nadie") remite el brillante y enjundioso epígrafe que abre el volumen, letra G de la Colección Luna de Poniente, de Manuel António Pina. Porque de recuerdos y olvidos ("somos aquello que olvidamos") va lo sustancial de este libro. Además, otro guiño que también subraya otra de las esencias del mismo: lo portugués, que se une al mismo asunto de la memoria: de la infancia (viajes con sus padres a Portugal) y de ahora mismo (ASD es profesor de la Universidad de Évora), por no hablar de autores y libros del país vecino que ahorman la poética (y la ética, me atrevería a decir) del escritor cacereño. 
La primera parte, "Ácido", relata en seis fragmentos, a modo de diario, lo que acontece desde la ventana de una casa que da a un vertedero donde un hombre malvive. Entre medias, ya se dijo antes, se reflexiona (se ensaya): sobre la pobreza, sobre la escritura (lo metapoético es otra constante del libro: un volver sobre la escritura desde la escritura)...
La segunda, "La identidad sustantiva", que consta de ocho fragmentos (lo fragmentario va más allá de la forma adoptada), es, según ASD, "un pequeño libro de familia hecho astillas". Allí, el presente: los vivos (su madre -"siempre mi madre: un testigo"- y su hermano) y el pasado: los muertos (su padre y su abuelo). Más allá, el Alentejo (sus "susurros") y el suicidio de Aura. Y los hijos, que aúnan presente, pasado y futuro.
"Me gusta leer cualquier libro como si fuera una biografía", escribe, algo que es imposible no hacer cuando nos ponemos delante de estos fragmentos donde aparecen los citados personajes: la madre y sus belenes; el padre, carpintero de madera, hierro y aluminio, sucesivamente, pequeño empresario a favor de los tiempos; el abuelo, poeta -ya se comentó- de otro siglo, el de los "animales melancólicos", en feliz expresión de su hermano, más bien del XIX, quien alumbró el mote familiar por llevar la luz a Casas del Monte: los luceros, y el tío que llevaba su nombre y al que no conoció, como ese hermano muerto a destiempo, que para su madre nunca ha dejado de existir. Si, como dicen, la poesía es sobre todo emoción, esta parte del libro justifica lo que uno afirmó al principio: que aquí la poesía luce como una inequívoca presencia.
Emoción y palabras, conviene añadir, algo que reitera Sáez Delgado constantemente en su "escribir para explicar el pasado": "El trabajo son las palabras", con las que, confiesa, "intento ser severo". Así, "Óxido" la sección que cierra la obra, comienza con la traducción de "El embalse", un relato de João de Melo. A partir de ese ejemplo ASD aborda un ensayo acerca de la traducción que se mezcla, otra marca de Yo menos yo, con reflexiones y experiencias a propósito de la lectura. Escribir y traducir, "dos formas de leer". La traducción como literatura en sí misma. La traducción como poética: "traducir es vivir entre líneas", "escribir sin imaginar". Son muchas las páginas que dedica, insisto, a ensayar sobre este apasionante asunto del que él, como traductor (ahora, pongo por caso, de la obra de Lobo Antunes), tanto sabe. Por eso no falta la mención a un texto clave, para él y para cuantos lo hemos leído, Te me moriste, de José Luís Peixoto.
Yo menos yo termina de la mejor forma posible, con un capítulo hondo y deslumbrante en el que empieza con las palabras: "Escribo estas páginas contra mí mismo". "Escribo y corrijo (elimino), dice también y luego menciona la "contención" (la obra, nos explica, es fruto de la poda y del adelgazamiento). También de la eliminación de todo resquicio de odio o rencor. "Contra aquello que he escrito. Contra la tentación de escribir contra otros", añade. "Para atacarme, para no dejarme tranquilo". Y aparecen entonces la felicidad ("paso mucho tiempo feliz", "me empeño en pensar que soy afortunado") y el amor (el libro está dedicado a Susana: "amo y soy amado"). Libro y capítulo concluyen con la frase: "Sí, creo en la palabra alma".
No me cabe duda de que Antonio Sáez Delgado ha escrito, "tal vez para resistir", un libro magnífico, no sé si el mejor de los suyos, qué importa eso. Su voz suena aquí, entre silencios (que señalan los espacios en blanco), clara, muy nítida. Desnuda, diría. Es obvio que ha cumplido con su máxima de "eliminar, como regla general, todas las palabras deshabitadas". Un libro que consolida el espíritu de la colección extremeña Luna de Poniente. Que la hace de verdad plural. Libros así justifican que cualquier lector persevere en su trabajo gustoso. Que en tiempos aciagos, uno resista.