Ayer tarde tuve ocasión de escuchar en la radio, dónde mejor, la celebración del 30 aniversario del programa cultural El ojo crítico, que hicieron coincidir con la entrega de los premios que concede cada año. Entre Piedrahita y Plasencia, una hora. En medio de un paisaje sereno y dorado en el que despuntaban, cada poco, a lo lejos, los tonos blancos de la nieve; nieve que había visto todavía a pie de carretera desde Ávila hasta el Puerto de Villatoro, así como en las montañas que rodean Segovia. Y al fondo, ya digo, la palabra y la música y el arte y, en fin, todo aquello que ha hecho de ese longevo programa, 30 años son muchos, algo único en la educación sentimental e intelectual de no pocos españolitos. Ahora, además, se ha convertido en un vestigio de la mejor radio, la realizada años atrás en ese Ente por el que uno pasa de puntillas, con pena, y sólo cuando en dichoso fútbol le impide escuchar otra cadena.
Por lo del Loewe, en el 91, me entrevistó para El ojo Juan Carlos Soriano, otro clásico. Pasé por los estudios de Prado del Rey, esa vez en directo, con motivo de la salida, o eso creo, de Ensayando círculos, en 1995. El día de los atentados de Londres -el 7 de julio de 2005- estuve grabando para ellos en los desaparecidos estudios de Rne en Cáceres, enfrente del hotel Extremadura. Lo recuerdo bien por lo dificultoso del asunto, a la misma hora en que los acontecimientos se desbordaban. Lo que importa: la fidelidad a un programa que, con sus altos y bajos (el otro día, por ejemplo, no daba crédito a lo que escuchaba), se mantiene también fiel al mundo cultural en su más amplio y plural sentido, sin perder de vista la actualidad que éste depara. Aida Floch, una de las premiadas de anoche, hizo bien en abogar por esa radio "pública y necesaria". Entrando en Plasencia por esas oscuras avenidas que no lo son y entre estrechitas rotondas de juguete, ¡qué falta de grandeza!, me sumé en silencio al grito final de la gala: ¡Viva la Cultura! Ahora, sí, más que nunca.