26.2.13

El laberinto de Marset

Juan Carlos Marset (1963), profesor de estética y teoría de las artes de la Universidad de Sevilla; director de la revista de arte, música y literatura Sibila; director general del Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música (INAEM) con el ministro César Antonio Molina; colaborador de María Zambrano en la edición de Notas de un método; autor de los libros de poesía Puer profeta (Premio Adonais, 1989, Rialp) y Leyenda napolitana (1999, Nuevos Textos Sagrados, Tusquets Editores) acaba de publicar, tras más de una década de silencio poético, en la colección Biblioteca Sibila – Fundación BBVA de Poesía en Español, Laberinto.
Como en las dos obras anteriores, se trata de un extenso poema único cuya acción -un decir- se sitúa en Londres. No es frecuente el poema largo en la poesía española contemporánea. Podríamos remontarnos, sí, al Octavio Paz de Piedra de sol (que teorizó, por cierto sobre el asunto) o a Muerte sin fin, del también mexicano José Gorostiza, por no mencionar al Juan Ramón Jiménez de Espacio o al Vicente Huidobro de Altazor. Ya mucho más cerca, Descripción de la mentira, de Antonio Gamoneda, El libro, tras la duna, de Andrés Sánchez Robayna y Han vingut uns amics, de Antoni Marí (que aguarda su versión castellana en Periférica). En nuestra generación, por poner un ejemplo reciente, ha usado esa fórmula el poeta malagueño Álvaro García, entre otros, con Canción en blanco.
Tiene sus complicaciones el poema extenso, amén de sus complejidades. No es fácil componer, verso a verso, ese amplio entramado de sonido y sentido sin caídas notables ni lapsus ni reiteraciones ni, en fin, cualquiera de los peligros que acechan a este tipo de elaborada estructura poética.
Cuesta decirlo mejor, en lo que a Laberinto respecta, que la nota editorial: "Poema extenso, cuyo centro temático y sentimental se sitúa en Londres, por el que, sin solución de continuidad, van y vienen, revolviéndose sobre sus propios pasos, recuerdos, ideas e imágenes hasta conformar un vertiginoso laberinto verbal de espejismos y ecos mediante incesantes aliteraciones, paranomasias, paradojas, rimas inesperadas, citas y alusiones textuales, con los que el lenguaje, como radical cuestionamiento de la experiencia vivida, crea y descrea de continuo lo nombrado."
La cita de Borges que abre el volumen es muy explícita: "Vi un laberinto rojo (era Londres)". No sin dejar de reconocer el matizado hermetismo del poema, el lector vislumbra una historia de amor (otra dedicatoria precisa: A Patricia) y mil y una vicisitudes vitales que trascienden a la ciudad de la niebla y nos llevan a Santander (patria infantil del poeta), a la Alemania del Rhin (país natal de Patricia), a Sevilla (donde residen desde hace años) y a Nápoles (por donde pasó el viajero Marset con motivo de la beca internacional «Federico Chabod» del Istituto Italiano per gli Studi Storici). Pero sobre todo, insisto, a Londres ("centro del centro / de la quebrada Europa"), donde este laberintico sueño con visos iniciales de pesadilla se sitúa más y mejor.
A uno la lectura de Laberinto (un título certero), salvando todas las distancias temporales y de cualquier otra índole, le ha llevado a otro poema extenso, paradigmático: The Waste Land, de T. S. Eliot; un poema, por cierto, situado también en la capital inglesa y en un mundo de entreguerras que, como éste, parecía a punto de desmoronarse (si es que el nuestro no se ha desmoronado ya).
La obertura del poema es potente, por todo lo alto. Ya en la primera página da la cara, digamos, lo que se nos viene encima. Y la primera batalla la gana el lenguaje, clave en esta obra. Más canto, por simplificar, que cuento. ¡Qué importancia tiene aquí lo sonoro! Destaca, sin duda, la musicalidad de la obra, conseguida a base de los recursos estilísticos reseñados más arriba. No en vano Marset es un consumado especialista en esa materia, lo que le ha llevado no sólo a disfrutarla a título personal sino, como se apuntó al principio, a gestionarla tanto a nivel nacional, en Madrid, como local, en Sevilla. A ratos, cabría añadir, parece concebida, incluso, para ser leída en voz alta. O, si me apuran, como libreto de música.
Aparecen muy pronto en Laberinto lecturas cruzadas. De clásicos (griegos y latinos, Mena, Manrique, san Juan de la Cruz, los poetas barrocos...) y de modernos. Esa mezcla le recuerda a uno la poesía de J. V. Foix, el que dijo: "Me excita lo nuevo y me enamora lo viejo". En el ámbito español, no dejan de cruzarse en mi lectura algunos recursos expresivos, la forma de proceder, de dos novísimos: Gimferrer y Siles (otro poeta del lenguaje), y ello sin dejar de reconocer el estilo personal e intransferible de Marset, tan suyo como le cabe a todo poeta auténtico. Sí, si algo se nota desde esos primeros versos es que estamos ante una voz distinta.
El mencionado barroquismo, los juegos de palabras, las aliteraciones, los bruscos encabalgamientos, etc. son arte y parte del poema. Sustancia y no mero formalismo: esencia. Y algo más: no sería descabellado hablar de irracionalismo o, a rachas, de escritura automática o, cuando menos, de una alta dosis de inspiración en quien ha escrito Laberinto, que alberga una tensa pulsión romántica (Wordsworth y Hölderlin aparecen expresamente citados), a pesar de que también haya en él mucho pensamiento y mucha memoria ("rememorando"), apoyada, conviene decirlo, en dos citas capitales a la hora de descubrir el verdadero sentido de la obra: "La vida pasada es parte / de la muerte advenidera, / es pasado por est'arte / lo que por venir se espera", de Juan de Mena (el del dantesco Laberinto de Fortuna), y "si juzgamos sabiamente, / daremos lo non venido / por pasado", del metafísico Jorge Manrique. Tiempo circular, eterno retorno, presente perpetuo... Se menciona al "unánime Unamuno" de "Todos los días son". Y de nuevo a Eliot, el de Four Quartets: "Mi fin es mi comienzo...". "Ahora, en el hoy de entonces", escribe Marset.
Numerosas son las referencias culturales, artísticas amén de literarias. No faltan versos, dolorosos y pertinentes en esta aciaga hora, sobre la eterna, dura realidad española, la "madrastra" de la "siempre desventurada España": Sepharad, la Sansueña cernudiana, Machado, Blanco White, Goya... También Marset es en Londres, a su modo, un desterrado.
Interminable sería este laberíntico asedio que sólo al lector le compete concluir. O iniciar. Terminaré no sin antes recalcar la concienzuda construcción de este babélico edificio de sonido y sentido destinado a durar contra viento y marea, modos y modas. Como sólo la poesía sabe hacerlo.