17.3.13

De atardecida, cielos

Por sorpresa, otra alegría. El nuevo libro de Fermín Herrero (Ausejo de la Sierra, 1963), un poeta al que admiro. Se titula De atardecida, cielos (Los versos de Cordelia). Con él ganó, gracias a un jurado de lujo -de buenos lectores, quiero decir-, el Premio Ciudad de Salamanca. Sí, poco importa. Uno lo abre, se pone a leer y, para entonces, ¿quién se acuerda de eso? 
El título no engaña. Un puñado de poemas sin título va dando cuenta de impresiones, tonos y gamas de atardeceres. Y, lo que más interesa, de las reflexiones y pensamientos que esas visiones representan, el trasfondo de esa mirada limpia y honda sobre el paisaje. "Muchos días, haga frío o calor, mientras está atardeciendo, un hombre va por el caminillo que, pasado Pesqueruela, transcurre por la orilla del río. De cuando en cuando, anota simplemente lo que ve, se pregunta. Cuando el camino muere, donde se juntan el Duero y el Pisuerga, ya no hay hombre, sólo el atardecer frente al sentido del mundo. Entonces es el momento en que podría venir el poema", dice con la debida elocuencia la nota editorial que, no hace falta imaginar, habrá redactado el autor. Por decirlo con sus versos: "Por esta misma / senda me vengo cada / tarde hacia el ocaso".
No es mucho el prestigio de los atardeceres, que se asocian a lo tópicamente poético. Con todo, él lo rescata y, en una entrevista, defiende ese «motivo un poco olvidado por la modernidad, en el que aún persiste la emoción poética, es decir, un momento del día en el que parece que las cosas se acercan más a nosotros, como si nos hablasen, un momento en el que pervive esa emoción que arrastra todos los sentimientos del día».
Detrás, el misterio de la poesía. Atardeceres campestres, ricos en matices, de serena apariencia semejante que dan a luz poemas iguales pero al cabo distintos. Y todo, esa es la clave, con un lenguaje limpio, como recién horneado, que remite a sí mismo, a su voz y a su estilo, pero también a algunos poetas que reconocemos siquiera en lontananza, castellanos como él, paisajistas de la claridad y del entendimiento: Claudio Rodríguez y José Jiménez Lozano, por ejemplo. 
Poesía, pues, esencial, dicha en voz baja, de un hombre solo ("Soy casi sin mí"), "mientras / la vida, mientras", directa al corazón de las cosas (los vientos, las estaciones, los árboles, los pájaros...), que trastoca de manera sutil nuestra forma de apreciar el mundo. "He de respirar / muy hondo, en lo sencillo", escribe.
Al final del libro, Fermín Herrero añade unas cuantas citas de otros autores, poetas mayormente, que aluden a crepúsculos. A la melancolía.