25.3.13

Oficio de lector

El que a uno le gustaría tener. Quizá porque uno ha adaptado el viejo lema que Plutarco puso en boca de Pompeyo: Leer es necesario, escribir no es necesario. Ése es, en todo caso, el título que ha elegido José Manuel Caballero Bonald, Premio Cervantes, para agrupar sus lecturas, las de un montón de libros, obras de autores a los que ha leído a lo largo de sus muchos años de vida. 
Mi primera impresión ante el regalo (gracias, Nahir) fue: bien, un bonito libro de ocasión, para lucir en los fastos del Cervantes. Me equivoqué. No siempre esa inicial emoción es la que cuenta. Sucedió apenas empecé a hojear, sin orden, contra mi costumbre, el volumen de Seix Barral. Es verdad, diré en mi descargo, que no recordaba esta faceta de CB, la de crítico que, desde ahora, habrá que añadir a las otras: la de poeta, ante todo, novelista y memorialista. O la de estudioso del flamenco y hasta del arte. Sí, tenía en mente su libro sobre Espronceda y la edición de la poesía de Cervantes que preparó para Seix Barral, con todo...
Por volver sobre un tópico, está claro que detrás de todo gran escritor (de todo escritor a secas, si se prefiere) hay un gran lector (o uno bueno, que cada cual elija). Es el caso. No es sólo que CB imponga con naturalidad su fundado criterio, que sea capaz de razonar, con la debida claridad, sobre lo que otros han escrito y que lo haga, ya digo, con sobrada elocuencia; además, lo hace en su particular estilo, esa manera de escribir única, incomparable en el ámbito de la lengua española (que él se empeña en defender, al modo de Carlos Fuentes, sin fronteras) y, para colmo de bienes (al menos para uno), incorpora a sus sensatas y sensibles apreciaciones datos y recuerdos de su memoria personal, algo que convierte a los textos en materia literaria de primera y los aleja, para bien, de cualquier afectación y, en consecuencia, de cualquier atisbo de academicismo y de cualquiera de los rasgos de esa prosa específica y rebuscada que gastan muchos críticos doblados, a veces, de profesores, aunque a este respecto haya un texto magnífico que lo desmiente: el dedicado a Emilio Alarcos.
Porque, como diría José Emilio Pacheco (y a uno le gusta repetir) "no leemos a otros, nos leemos en ellos", podemos añadir a las enseñanzas del libro una más: la de su propia poética, que vamos rastreando entre las opiniones vertidas por CB sobre la literatura de éste o de aquél.
Para evitar, supongo, cualquier parecido con una obra destinada a otro público que no sea el lector, se ha prescindido de las referencia a la fuente de los textos y tan solo se fechan al final. Entre los cincuenta y el presente.
El índice de lecturas es amplio y diverso, otro atributo de inteligencia. Si nos centramos en la poesía, va de clásicos como el citado Cervantes, Góngora, Quevedo o San Juan de la Cruz hasta JRJ, Machado y Eliot. El grueso está formado por las obras de sus compañeros de generación (para bien o para mal, el Grupo del 50). Los canónicos: Valente, Claudio Rodríguez, Ángel González, Gil de Biedma, Barral..., y otros, como Manuel Padorno, Ángel Crespo o Tomás Segovia. No faltan los americanos, por supuesto (su estancia en Colombia y, antes, su paso por el Colegio Mayor Guadalupe de Madrid, le curaron de esa miopía tan nuestra): Cote y Gaitán Durán, los amigos, y Neruda, Vallejo, Lezama, Mutis, Orozco et alii. Ni los del 27: Guillén, Lorca, Alberti, Aleixandre... No faltan menciones fundamentales, a Gil-Albert, por ejemplo, o Pablo García Baena (que estaba a su lado en un reciente encuentro madrileño donde los pude saludar). 
Pero no sólo ha leído CB a los poetas. Por esas páginas pasan también Bowles, Camus, Onetti, Vargas Llosa, Rulfo, Hortelano y un largo etcétera que no puedo citar aquí. Eso sí, hasta sus coetáneos, no más. Al igual que hizo con sus memorias, hay una raya temporal que no ha querido cruzar.
Vuelvo al índice, donde empecé a señalar con un punto los capítulos que iba leyendo, y me sorprende comprobar que, contra todo pronóstico, ya he marcado casi todos.
Un libro necesario éste del poeta jerezano afincado entre Madrid y Sanlúcar, al pie de su querido Coto de Doñana. Mirada plural, abarcadora de un mundo que no cabe sino entre las hojas de los libros. Libro que viene a justificar una vez más, por si eran pocas, su condición de escritor total, digno de ese premio que se le concede el próximo mes y que lleva el nombre de su amado Cervantes. ¡Qué bien leído, maestro!