5.5.13

De Feria

Rodeado. Como en una película de Oeste. Como el general Custer. Así se sintió uno anoche en la caseta situada en la Plaza Mayor de Plasencia con motivo de la Feria del Libro. La plaza, a eso de las ocho y media, estaba abarrotada. De vecinos, sí, pero sobre todo de forasteros, muchos de ellos madrileños de puente. No había ni una sola silla disponible en ninguna de las numerosas terrazas que rodean los soportales. Otros ojeaban (y hojeaban) libros en los puestos. Tampoco faltaba gente paseando o sencillamente pululando por allí. Hacía calor. Dentro de la pequeña carpa, más. Tras los diez minutos de cortesía, nos sentamos y dimos comienzo a la presentación de Baile de máscaras, el último libro, por ahora, del zafrense José Manuel Díez. 
Tomó en primer lugar la palabra Juan Carlos Herrero, amigo del artista, y lo que en principio era una música lejana, de una banda de cornetas y tambores (la de la OJE, para más señas, que participaba en una procesión de la cofradía de La Pasión en torno a la Cruz de Mayo), se fue convirtiendo en cercana, tanto que cuando la banda hizo acto de presencia en la plaza, lo que al parecer no estaba previsto, tuvimos que apagar los micrófonos y esperar con paciencia a que escampara. Algunos salieron de la caseta para ver el espectáculo. Para escucharlo no hacía falta salir: nos separaba de la banda marcial una pared de plástico. Cuando los penitentes y su acompañamiento desaparecieron por la calle Zapatería y la música semanasantera se fue aplacando, volvimos a lo nuestro. Para entonces, Herrero había terminado y me tocaba el turno a mí. Apenas empecé a hablar, sonaron las nueve campanadas del reloj del ayuntamiento, las que da el Abuelo Mayorga. Volvimos a reírnos y a mirarnos y a decir por lo bajini que aquello era surrealista, que es frase culta y hecha muy apropiada para ocasiones así. Retomé el uso de la palabra hasta que dos líneas después aparecieron, calle de Rey abajo, los divertidos miembros de... una despedida de solteros. Risas, voces, turutas... Al menos no entraron -la carpa estaba situada justo en el medio- y pudo uno seguir no sin antes exclamar que a esas alturas ya estaba de sobras demostrado que uno de Badajoz había pagado a unos sicarios para boicotear el acto. A partir de ese momento todo fue a mejor. Aunque fallara un poco el sonido -hasta que Díez, avezado cantante, colocó una servilleta de papel delante del micrófono- y siguieran pasando borrachos (tres, que venían de una comunión, estuvieron en un tris de quedarse) y pandillas de muchachos y muchachas gritando y la bulla general de la plaza no dejara de sonar como implacable ruido de fondo, dimos cumplimiento a la presentación y al final hubo emoción y hasta aplausos. 
La anécdota pasará a los humildes anales de la crónica literaria local como una de las más divertidas. Supera incluso aquella en la que, también en una Feria de Libro, un concejal anunció la llegada de Fernando Pessoa, autor del libro que iba a presentar García Martín. 
En peores plazas ha toreado uno, sin duda. En pocas, sin embargo, más entretenidas. ¡Qué noche!