Nicanor Gil |
Otra mala noticia: Emilio Antero ha muerto. Sus amigos le despiden en facebook. Recuerdos, fotografías, elogios... Le echan ya mucho de menos y apenas se ha ido. Lo comprendo. Uno no llegó a esa categoría, la de amigo, pero pasé muy buenos ratos en su compañía. En presentaciones de libros, lecturas del Aula y, en fin, en multitud de acontecimientos a los que nunca faltaba, a costa de tener que bajar y subir a Plasencia desde su casa de Guijo de Santa Bárbara, el lugar que había elegido para vivir. Una elección que lo dice todo, al menos para mí, enamorado desde muchacho de esos parajes veratos, montañas de Gredos, por donde pasábamos camino del refugio de Nuestra Señora de la Nieves y de la Covacha.
Había sido profesor de inglés, era escritor y fotógrafo, no dejó de viajar, de moverse. Era el perfecto compañero de reunión, un gran conversador, un hombre vital, atento y afectuoso que transmitía bondad a raudales.
En más de una ocasión me enseñó, antes o después de que se lo dedicara, las guardas de alguno de mis libros. Estaban llenos de anotaciones minúsculas a lápiz, ideas u opiniones, no sé (nunca me dejó ver con detenimiento esas hermosas miniaturas), acerca de su concienzuda lectura.
La última vez que cruzamos palabras fue con motivo de una entrevista a GHB (del que fue alumno en su taller de escritura). Era el autor de la foto, pero no habían puesto su nombre. Le alegró mucho que tanto Gonzalo (por carta) como yo (mediante un guiño en el blog) defendiéramos esa silenciada autoría.