No es mal título el elegido por Luis Bagué y Alberto Santamaría, jóvenes profesores universitarios (de Alicante y Salamanca, respectivamente), críticos y poetas, para reunir un puñado de textos donde, según se nos dice en la solapa, "algunos de los autores más destacados de la última promoción reflexionan sobre el trazado de fronteras de la lírica reciente, la construcción de la identidad, la música del fragmento, la ironía discursiva y estética, la confluencia de distintas tradiciones literarias, las relaciones peligrosas entre ciencia y lenguaje, o la importancia de la Red en la configuración de un nuevo horizonte hipertextual." Que nadie se asuste. Estamos ante un panorama que analiza la poesía española "surgida bajo el efecto 2000". Los editores firman "2001-2012: una odisea en el tiempo", perfecta y completa introducción a lo que viene detrás y, si me apuran, un texto que en sí mismo justifica, por su pertinencia y alcance, la publicación de la obra que, no lo he dicho, aparece en Visor Libros, en coedición con el Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert.
En Malos tiempos para la épica. Última poesía española (2001-2012) se habla de continuidades y discontinuidades ("Toda generación es continuista hasta que no se demnuestre lo contrario"), de realismo y simbolismo (eterno meollo de la cuestión), de la duda retórica (muy propia de la denominada "generación desolada"), del sujeto poético ("llámame equis"), de la ironía (como "forma de lo paradójico"), del fragmento (o del fragmentarismo), de las tradiciones (y la superación del síndrome que Paolo Virno llamó del déjà vu), de la red y, por fin, de la escritura como "palimpsesto".
En Malos tiempos para la épica. Última poesía española (2001-2012) se habla de continuidades y discontinuidades ("Toda generación es continuista hasta que no se demnuestre lo contrario"), de realismo y simbolismo (eterno meollo de la cuestión), de la duda retórica (muy propia de la denominada "generación desolada"), del sujeto poético ("llámame equis"), de la ironía (como "forma de lo paradójico"), del fragmento (o del fragmentarismo), de las tradiciones (y la superación del síndrome que Paolo Virno llamó del déjà vu), de la red y, por fin, de la escritura como "palimpsesto".
La lista de estudiosos (todos ellos poetas jóvenes y en activo), es elocuente, incluso para quienes, es mi caso, no estamos al día en materia poética. A los de Santamaría y Bagué, hay que añadir los nombres de Juan Carlos Abril, Erika Martínez, Mariano Peyrou, Andrés Navarro, Antonio Lucas, Carlos Pardo, Ana Gorría, Juan Andrés García Román, Ana Merino, Guillermo López Gallego, Ángel Luis Luján, José Luis Gómez Toré, Josep M. Rodríguez, Raúl Quinto, Rosa Benéitez y Javier Moreno.
Como es obvio, hay ensayos (creo que es el término adecuado) que me han gustado más que otros. El conjunto, insisto, es notable y hay reflexión e información suficiente como para que el debate dé mucho de sí.
Agrupados en varias partes ("Vivir en los pronombres: nombrar lo real", "Cuestión de estilo", "Traiciones y tradiciones" y "Poesía y tecnología"), se nota que nuestros poetas pertenecen a esa generación que, dicen, la mejor formada de España. Puede que a eso se deba lo que a uno se le antojan, seguro que sin razón, puntuales excesos teóricos, propio de gente muy intelectualizada que, como se ve, maneja una ingente bibliografía; destellos, acaso, de innecesaria sesudez. Con todo, matizo. No será uno quien niegue la aptitud del poeta para acercarse al hecho poético -propio o ajeno- e intentar, a pesar de lo que dijo Steiner sobre su "opacidad", explicarlo. Es un rasgo de deseable modernidad. Y digo más: eso que denomino "excesos" no deja de ser una exageración mía, pues que la norma del libro es el equilibrio y, a partir de versos o poemas concretos de los distintos autores, priman los ejemplos sobre las vacuidades especulativas.
Agrupados en varias partes ("Vivir en los pronombres: nombrar lo real", "Cuestión de estilo", "Traiciones y tradiciones" y "Poesía y tecnología"), se nota que nuestros poetas pertenecen a esa generación que, dicen, la mejor formada de España. Puede que a eso se deba lo que a uno se le antojan, seguro que sin razón, puntuales excesos teóricos, propio de gente muy intelectualizada que, como se ve, maneja una ingente bibliografía; destellos, acaso, de innecesaria sesudez. Con todo, matizo. No será uno quien niegue la aptitud del poeta para acercarse al hecho poético -propio o ajeno- e intentar, a pesar de lo que dijo Steiner sobre su "opacidad", explicarlo. Es un rasgo de deseable modernidad. Y digo más: eso que denomino "excesos" no deja de ser una exageración mía, pues que la norma del libro es el equilibrio y, a partir de versos o poemas concretos de los distintos autores, priman los ejemplos sobre las vacuidades especulativas.
"Más allá de realismos y simbolismos, la poesía actual se concibe como un género portátil y un arma cargada de sentidos. No cabe duda: corren malos tiempos para la épica", escriben, a modo de resumen, Santamaría y Bagué. Y me da que es así.