19.11.13

La sed de sal

"Escritor es una palabra demasiado grande y no creo que la diga nunca. Digo que escribo. Con la mayoría de los libros he tenido incertidumbre y con éste todavía más. Ni es Conversación ni es Paradoja del interventor, que han tenido una cierta aceptación y, aunque yo tampoco quiero que sean lo mismo, pensaba que éste a lo mejor es una catástrofe". Así terminaba la breve entrevista que le hacía Merche Barrado a Gonzalo Hidalgo Bayal, publicada con motivo de la reciente concesión del premio Extremeños de Hoy
Uno, desde fuera, lector devoto y fiel, si se me permite el exceso, de GHB, no imaginaba calamidad alguna. Al revés: llegaba otra nueva novela de uno de los escritores más interesantes y genuinos del panorama; alguien, me atrevería a decir, que nunca decepciona. Y, lo adelanto, así ha sido. 
El título, La sed de sal, es de nuevo un palíndromo. La dedicatoria, algo más raro: sólo ha dedicado otros dos libros suyos: Certidumbre de invierno, a su madre y La princesa y la muerte, a su hija Blanca. Éste es para María José García Serrano, su mujer. Y de profesora de latín a latines, los de la cita de Lucrecio, de su famosa obra De rerum natura (Libro III, 1080-1081), que abre el volumen. Tampoco es nueva la disposición en capítulos, algunos muy breves. 111 en total. 
Ya desde el principio la literatura se abre paso. Con ese "Llamadme Travel", declarado homenaje a Melville, a las primeras palabras de Moby Dick. La trama, esto sí es novedoso en Bayal, es propia de la novela de intriga, digamos, que no me atrevo a calificar de negra pues uno no ve un producto de género por ninguna parte. Lejos de la intención del autor, o eso creo, iniciar, como otros (Banville, Guelbenzu...), una serie paralela a la otra, ni ve uno a Noé León (otro palíndromo) como protagonista de series al modo de Brunetti (Leon) o Montalbano (Camilleri). No, todo es más simple. O más complejo, según se mire. Un hombre, llamadle Travel, "una suerte de peregrino", viaja a Murania, mochila al hombro, tras las huellas de un hispanista que recorrió la región en los años treinta, el autor de Travel of Murania. Una muchacha huye o se fuga o desaparece y él se ve envuelto en las peripecias que relata la novela. Porque el pasado no vuelve, sino que "nunca se va", Travel recuerda. Y escribe.
Novela, digámoslo pronto, que sin llegar tan lejos como lo hicieron otras de Bayal en lo que al uso del lenguaje se refiere, condicionado aquí por "los subterfugios de la ficción", no deja de ser, ante todo, un elaborado ejercicio narrativo, de estilo, el suyo, que se  funda en el poder de la palabra y que con palabras está escrito. Y con ideas, cabe añadir a pie juntillas, pues que abunda la reflexión, como es lógico, en una historia donde el dilema moral, en abstracto, lo es casi todo. Si algún adjetivo cabe añadir a esta novela de pensamiento, más allá de los inevitables de cervantina y kafkiana, que remiten a dos fundamentos del quehacer bayaliano, este es camusiana, por Camus, del que ahora celebramos algo más que el centenario: su plena vigencia. Un detalle: Travel se encuentra en su periplo por los alrededores de Murania con un escarabajo pelotero. Su visión -y su esfuerzo- le llevan a Sísifo. Y de Sísifo, se dice uno, a Camus... Anécdotas aparte, la impronta moral, reitero la palabra, está en la base de La sed de sal, que no deja de ser una triste, desesperada teoría sobre la condición humana propuesta por Noé León. La que sustenta también, en lo que al pesimismo se refiere (mezcla de inteligencia y lucidez, indeleble marca de la casa), el propio Travel: "La vida es triste". O "la vida es un infierno". O "el tormento es infinito". Son frecuentes las sentencias del tipo: "La vida es cruel con los desventurados", "El hombre está predeterminado para la infelicidad y la desdicha", "Somos rutina más reiteración", "Esto es un hombre: un ser que sufre tontamente, que labra sus padecimientos surco a surco y sin fin"... Habrá quien, en efecto, acabe entresacando de las obras de Bayal una numerosa colección de aforismos, como uno que el narrador señala en esta novela como tal: "A quien nadie quiere con nadie está en deuda". Entre la pena y la nada...
Destacable es también el uso de otro procedimiento filosófico: la paradoja (aquí sin interventor, aunque uno aparezca), tan pertinente cuando de especulaciones y rumias se trata.
En medio de un tórrido verano, en la conocida, áspera geografía de Murania, Casas del Juglar y sus contornos (que espera, por cierto, su mapa), con aires de far west, un puñado de personajes (junto a los mencionados Travel y León, el flaco samaritano, el gordo guardián, el zotalito -"delincuente colegiado"-, el gordo bis, el puto párvulo y pocos más) ponen en pie una entretenida trama minuciosamente tejida por Bayal entre las "disimetrías del azar", con la ironía y hasta la acidez que le caracteriza, y sus dosis de humor, donde no faltan las referencias bíblicas, los consabidos juegos de palabras (aunque, ya se dijo, en menor grado que en otras novelas: "Ancho panza", "Pancha es Castilla", "rimes y ridetes", "nosotros, vosotros, losotros", etecé, eceté), las fábulas (en este caso de Fedro: "siti compulsi"), las latinidades (a propósito de la palabra gemelo) o, en fin, las tonadillas o coplas (afición por lo popular).
Sorprende, como siempre, lo que denominaría sentido lingüístico de Bayal, capaz de jugar con los "sentidos diversos de las frases hechas", de evocar etimologías, de reinventar, diría, el sentido primordial de las palabras... Y todo con una naturalidad pasmosa, como si eso sucediera según va escribiendo, sin más.
Dejando a un lado la historia que sustenta el relato, que debe disfrutar el lector, sí me apetece señalar la cantidad de asuntos, digamos, que perfectamente imbricados en la historia (no se trata de digresiones narrativas al uso), le permiten a Travel y a León (que habla por boca de Travel: "sus palabras son mis palabras", según la convención estilística) entrar a saco en distintas materias. Así, la alegría, la muerte ("ni en sueños está uno preparado para la muerte"), la conformidad, el amor ("el deseo nos condena"), la tristeza (matutina y "boreal") y la melancolía (vespertina y del ocaso), la insignificancia, el doble ("somos seres viceversos"), Dios (que creó un mundo en conflicto para que su presencia fuera necesaria), la familia, el dolor, la felicidad y la desdicha...
No he comentado todavía que toda la novela respira cine (esa pasión confesa) por los cuatro costados. No es sólo La sed de mal, de Welles, ni À bout de soufle, de Godard, sino multitud de "cintas" que en uno u otro momento le resultan pertinentes para abordar tal o cual aspecto de la trama. Diría más, del mismo modo que se aprecia (de manera más o menos subrepticia) una teoría sobre la novela negra o policiaca, (de orden metaliterario), se distingue otra sobre el cine criminal (de orden metacinematográfico).
Con ser ficción, para quienes vivimos, aproximadamente, en Murania y conocemos sus alrededores, la lectura no deja de tener un placer añadido, siquiera sea en perjuicio de la imaginación. La plaza, el hostal, el bar (queso azul, morcilla negra), el librero quijotesco, el río y el chiringuito y las balsas de areneros y la bestia en su noria, la sierra donde se ubica el Arca de Noé... Como para los lectores habituales de Bayal será gozoso reconocer otros sitios y personajes que pasaron ya por otras novelas suyas (se cita a un tal Cálamo, por ejemplo).
Podría seguir, pero me paro. Como la buena poesía, esta es novela para releer. Me atrevería a afirmar que cualquier lector de Bayal termina un libro suyo con la sospecha de que algo se le ha escapado. Bueno, si sólo fuera algo... Termino, pues. No sin declarar que "catástrofes" como éstas son las que uno quiere y no las naturales, debidas al cambio climático. Sucesos (in)faustos que alteren gravemente el orden regular de las cosas, pero para bien. Aquí, el de la literatura. Y de qué modo.