El lugar donde duele. Antología poética (1970-2010), de Hamutal Bar-Yosef ha sido todo un descubrimiento. Un feliz hallazgo que uno debe a Vaso Roto, la editorial que lo ha publicado, y a sus traductores, Mario Wainstein y Florinda F. Goldberg (aunque ella haya escrito: "El poema se ofende cuando lo traducen"). Pero ante todo a esta poeta nacida en Kibbutz Tel Yosef en 1940, hija de judíos europeos (los mismos de los que hablaba Oz) que se trasladaron a Israel para fundar un Estado. Lo judío es omnipresente en la obra de Bar-Yosef. A uno ese mundo le atrae. En su vertiente religiosa y cultural, preciso, no en lo que contiene de terrible. Sí, una debilidad. Lo autobiográfico, en consecuencia, es la base sobre la que se asienta este edificio de sonido y sentido que nos llega nítido desde el hebreo original. Hay mucha verdad en estos poemas y no poca luz, por más que la sombra del dolor sea lo que predomine en este lugar. El tono -cercano, confidencial a veces-, el carácter o modo particular de la expresión y del estilo de este texto, es de una sencillez engañosa: hay mucho más detrás de las apariencias, de esa claridad a que aludo.
El lenguaje es a menudo metafórico. Dátiles, palomas, maná, ángeles... Flores y frutos. Animales. Fiestas (Yom Kipur, Shabat, Rosh Hashaná), comidas. Y lugares: el lago Tiberíades (donde se baña), las alturas del Golán, Mar de Sal (para nosotros, Mar Muerto), Tel Aviv... Palabras que remiten a una tradición pero que aquí se universalizan.
La infancia ("En una cama negra") y la memoria son el centro de este microcosmos. Al fondo, el problema judío-palestino (pero el real, el del día a día), la constitución de ese Estado... "Negociación" se titula un poema.
Al fondo, los antepasados: "Así sonaban las conversaciones de mis padres con sus paisanos / acerca de lo que fue". La familia, otra presencia ineludible. En poemas como "Si logras recordar" (donde se mencionan las palabras Holocausto y Varsovia). Y un hecho luctuoso que marca esta escritura: la muerte del hermano, un suceso trágico que Bar-Yosef aborda sin patetismo, con la serenidad de quien se enfrenta cara a cara al dolor. "Lo necesario es poder soportar el sufrimiento", dijo Franz Jalics, como recordaba Pablo D'Ors en su reciente felicitación navideña. Ella parece hacer suya esa frase. A esa circunstancia -ella tenía siete años- que ha condicionado su vida y la de los suyos, dedica un poema memorable, el que da título al libro. No es el único; así, "El sepelio de mi hermano", con un final...
Frente a la crudeza y al desgarro, que al lector le produce escalofríos, encontramos poemas placenteros dedicados al amor: "Que sus labios", "Me casaré contigo", "Había dicho", "Al hombre": "Bajo tu camisa / aleteo". O a los hijos ("Ah, el luminoso sueño de los hijos", se lee en un verso): "La mesa que coloqué en la cocina", por ejemplo. Y otros que no lo son tanto, como los que aluden a la vejez ("la vejez es un espacio") y a la muerte ("El fin llegará, / no pedirá permiso a nadie").
Dije antes poema memorable y debo añadir otros: "Tiempo" ("Tiempo de morir todo el tiempo"), "Así como la renuncia", "Sobre la cerca", "La sonrisa", "Fascinada", "Poema de las manos", "Una torre en Tebes", "A los lectores", "Cita con una poeta", etc.
No podían haber elegido mejor sus editores el poema que cierra el libro, "Obsequio", que nos deja una extraña mezcla de alegría y tristeza, como casi todo en esta luminosa poesía.
No podían haber elegido mejor sus editores el poema que cierra el libro, "Obsequio", que nos deja una extraña mezcla de alegría y tristeza, como casi todo en esta luminosa poesía.