Con el número 108 celebra la revista Turia su trigésimo aniversario. En una nota editorial se nos recuerda la "esperanza en el papel civilizador de la lectura", su carácter plural, integrador y abierto, "el triunfo de la obstinación", que se ha hecho y se hace en Teruel, "territorio del interior de España", y, en fin, que la política y lo público pueden ser algo más que mero descrédito.
Con gran sentido de la oportunidad, Raúl Carlos Maícas, su fundador y director, ha decidido dedicar el Cartapacio a la escritora Ana María Navales, codirectora de Turia desde 1990 hasta 2009. No deja de ser el mejor homenaje posible. El que a ella más le hubiera gustado. Un dossier donde no falta su reflexión, en tono memorialístico, bajo el acertado título de "Turia, una aventura compartida". Porque ella, nos cuenta, hizo también suyo el proyecto. Y así fue hasta que la muerte se la llevó, hace ahora cinco años.
Recuerdo las cartas de Navales, como las puntuales solicitudes de Maícas que en estos años han ido llegando a casa. Antes en papel y ahora por correo electrónico.
Basta con echar un vistazo al sumario para calibrar el alcance de esta publicación periférica. Tan universal como de las apartadas tierras turolenses donde se concibe. Escritores y editores como Magris, Herralde, Siruela, Villoro, Merino, Mateo, Puértolas, M. de Pisón... Poetas como Nuno Júdice (traducido por López-Vega, que escribe una sagaz introducción), Gamoneda (que recuerda a Diego Jesús Jménez), Margarit, De Cuenca, Trapiello (que rescata un poema del 89), García Montero, Doce (que vuelve a dar un arriesgado salto hacia delante), Ferrer Lerín, Azaústre... Entrevistados como Auster y Savater. Y un montón de críticos que comentan las novedades.
Uno está agradecido y contento por su colaboración, en forma de poema, en un número tan especial. Ojalá vengan otros treinta años para Turia, esa suerte de río que nos lleva. Y que los leamos.
POÉTICA
La poesía,
sus elucubraciones,
los asedios
que gravitan en vano
―teóricos, abstrusos―
sobre ella.
La poesía
que hoy sólo se me antoja
tan sencilla
como el gesto de alguien
que da un vaso de agua
a otro con sed.