Las quitanieves apostadas en Vallejera y Guijuelo daban pistas fiables sobre lo que nos esperaba: la nieve estaba al caer. La niebla, la lluvia y el viento hicieron de mi breve viaje a Salamanca una delicia. Menos mal que la radio... En esas circunstancias siempre le queda a uno recordar los viejos tiempos. Y darle vueltas a lo que tienes por delante.
La biblioteca Torrente Ballester, en el Barrio Garrido, estaba llena de lectores. Al atravesar la inmensa sala, mi primera impresión fue: no estoy en España. Y eso parecía. En la más recogida donde se reúne el club de lectura de Isabel Sánchez, salmantina (un decir) de Badajoz, la intemperie era sólo el título de un libro de moda. Empecé, agradecimientos mediante, leyendo una "Defensa de la poesía", pues que a la defensiva anda la pobre. El problema del público (la inmensa minoría juanramoniana), de su presunta utilidad (un debate intemporal), el lector de poesía (ese milagro), la poesía y la crítica (divertido asunto), lo mudo o lo sonoro (un poema que no se "oye", cree uno, no existe), la poesía como traducción (y la traducción de poesía, esa bendición de Babel), prosa versus poesía... Llegaron después los tópicos, que pesan como losas sobre ella. Y las dificultades de muchos para leerla y hasta el miedo que sienten algunos al enfrentarse a un poema. Que me perdonen mis colegas, sobre todo los de Secundaria, más siendo uno un simple maestro de escuela, pero el daño que ha hecho el dichoso comentario de textos (que Lázaro Carreter descanse) es causa principal de ese temor y del consiguiente alejamiento de los versos de generaciones y generaciones de españoles. Lleva uno años diciéndolo. Predicando en el desierto, quiero decir. El poema como artefacto: título, tema... Ay, el dañino verde de Lorca.
Para ejemplificar mi defensa, otra poesía es posible, incluso para los que no leen poesía, llevé conmigo algunos libros que se han cruzado en mi camino estos últimos meses y de ellos leí algunos poemas. Gustaron mucho. Sirvieron para quitar telerañas, que diría mi paisana Bebe. Encantó, por ejemplo, "Mi rosa sin por qué", de José María Micó. También leí de Margarit, Bar-Yosef, Munárriz y H. Gutiérrez Vega.
Es gratificante hacer proselitismo cuando el fin lo merece. Y la poesía es una aliada perfecta.
Al volver, ya caía la nieve. Sí, de lo más poético.