18.1.14

Flórez en la frontera

Treinta años después, pero con mucho mejor aspecto, sigue en pie la benemérita Colección de Poesía Alcazaba, del Departamento de Publicaciones de la Diputación de Badajoz. El número 53, En las fronteras del miedo, es obra del poeta hispanocolombiano Antonio María Flórez. En esa mezcla de nacionalidades está una de las claves, acaso la primordial, de este libro. Nacido en Don Benito en 1959, Flórez vivió su infancia en Colombia, más en concreto en Marquetalia. A esas tempranas vivencias y a otras que llegaron después, todas entre estas y aquellas tierras, dedica unos poemas que, en su conjunto, no dejan de ser un canto dolorido al paraíso perdido. Sí, este también es un libro triste. Desgarrado a ratos. El asunto es conocido. Más por los extremeños. Los de antes y los de ahora. Afecta, ha afectado y seguirá afectando a muchas mujeres y hombres del planeta. Buena prueba de lo que digo está en el título de los capítulos que lo forman: "El exilio", "El miedo", "Corazón de piedra", "Destino", "Desolación"... La experiencia con todo es única: la suya, tan personal, acaso, como transferible. 
El tono, confesional, directo, sin ambages (más allá de los que impone la preceptiva). Propio de alguien que monologa e intenta poner en claro su pasado, su presente y aun su futuro, tan dudoso como cualquiera. 
"Peregrino desde la infancia, / tengo la convicción del exilio", escribe. 
En ese estar entre dos mundos, tan distantes como distintos en todos los sentidos, en la frontera, ni aquí ni allí, ni de aquí (donde ahora vive y trabaja como médico) ni de allá (donde viaja frecuentemente y tiene tanta o más vida familiar, amistosa y literaria que aquí) se centra el nudo del conflicto. 
En una encrucijada, convencido de que no hay regreso posible y no menos persuadido de que éste tampoco es su lugar, el poeta camina por la cuerda floja al tiempo que repasa lo ya transitado e, insisto, lo por recorrer. 
Del poemas más breve, despojado y esencial ("En la frontera") a la prosa poética ("El miedo") pasando por el diálogo (con el hijo, sobre todo, que abunda en "Desolación"), distintas voces (que son al cabo la misma) intentan desenredar la madeja, dar sentido al dolor, justificar siquiera cierta felicidad perdida.
En la trayectoria de Flórez, no es éste un libro más. Hace falta poca sagacidad para reparar en ello. Ni para él ni para sus lectores, añado. 
Sigue uno, en fin, leyendo libros tristes. Con la certeza de que son algo más que un mero signo de estos tiempos sombríos.