11.2.14

Mateos o la fragilidad

José Mateos (Jerez de la Frontera, Cádiz, 1963) es un poeta singular con una obra hecha y derecha, uno de esos letraheridos que viven alejados y en provincias, lo que ahora se suele denominar "periferia". 
En 2013 publicó su último libro de poesía, Cantos de vida y vuelta, un título a lo Rubén que encontró perfecto acomodo en la La Cruz del Sur (Pre-Textos), y recientemente uno de aforismos (donde la poesía también abunda), Silencios escogidos, en La Veleta (Comares) donde ejerce también como tipógrafo Andrés Trapiello. 
No ha seguido uno al detalle la carrera de Mateos, lo que no obsta para afirmar, porque he leído bastante, que su obra está entre las más altas de su promoción, que es la de uno. Basta con mencionar La niebla para sustentar una opinión, que, como todas, pretender ser personal. 
Me apresuro a decir que estos dos libros pueden leerse como uno solo. Quiero decir que participan del mismo mundo y de parecidas reflexiones y que están escritos en un período de tiempo semejante, o, si se prefiere, en la misma onda. El tono, que en esto es todo, es similar y la voz, sí, la de Mateos, reconocible. 
El de aforismos (a lo que se ve, una moda feliz ahora en España) se centra, entre otros asuntos, en Dios (una omnipresente omnipresencia, si se me permite el juego de palabras), la poesía, la vida y la muerte, la Historia y el progreso, la política, los libros y la lectura, la ciencia, el paso del tiempo, la enfermedad, el amor... 
En el prólogo (que se puede leer en el enlace del título) escribe Mateos: "Escribir aforismos -o escribir divinanzas, como a mí me gusta llamar a estos míos- presupone tener en muy alta estima las condiciones de quien nos va a leer, lo que no deja de ser un signo de cortesía y -quién lo diría en estos tiempos- de optimismo."
Escritos, como todo lo que Mateos escribe, "para el hombre solitario y exigente", deben ser degustados con la debida calma. Me da que la indigestión lectora (y, en consecuencia, de pensamiento) es el primer problema del que se acerca a este tipo de libros. Así, además, percibirá la hondura y lucidez de los mismos, algo que la prisa no permite. 
Tampoco recomendaría, con perdón, que sus poemas se leyeran de forma distinta. "Sin fragilidad no hay, no puede haber belleza", ha dicho, y un poco más arriba se refiere a ella como "la característica más esencial de la belleza". Porque estamos ante una escritura basada en la verdad, la bondad y, otra vez, la belleza, la fragilidad no falta. Al revés, de ahí el título de esta nota. 
Si en Silencios escogidos leemos "Cuando escribo un poema, saco a la luz lo que no sé de lo que sé", Cantos... se abre con el verso: "Lo que sé yo no sé por qué lo sé". A eso se dedica en el resto del delgado volumen y para ello utiliza poemas breves de apariencia clásica (fondo y forma) donde prima la rima y la regularidad métrica (atiéndase al título elegido). Son especialmente memorables los poemas que dedica a su padre y los de la serie "Noticias del diluvio". También, en lo más íntimo, "Un dibujo de enero", "Niebla en el jardín de otro" y "Ruinas de Bolonia". 
Como se nos advierte con pertinencia en la nota editorial, en este libro, "Mateos desarrolla dos tonos que ya había ensayado parcialmente en La niebla. Por un lado, el tono profético, que trata de limpiar la denominada “poesía social” de todos sus materiales perecederos y elevarla a otro rango. Y por otro, el tono visionario –dantesco– de los que han viajado al reino de la muerte y regresan para dar testimonio de la verdad que allí han encontrado". 
"La prueba infalible de la poesía es la vida de quien la escribe", dice Mateos. Y no creo que mienta, tal vez porque uno piensa lo mismo. Confieso que me gustaría saber más de la vida de este poeta, aforista, narrador y pintor, que uno intuye plena y hacia adentro. 
Para terminar, un deseo; ojalá no me alcance uno de sus aforismos: "Los contemporáneos siempre leen mal". Quiero creer que uno ha sido capaz de captar el valor de estos libros, por muy coetáneo suyo que sea.