8.4.14

Abril

Sí, el mes más cruel, como escribiera el archicitado Eliot en The Waste Land. Hoy hace catorce años que murió mi padre y catorce hizo aquel mismo día mi hija Leticia.
La muerte, esa sombra. Ayer se me volvió a aparecer. Alargada, amenzante. Ignacio del Dedo me informaba del fallecimiento de nuestro común amigo Ángel Eugenio Prieto, maestro de escuela. Ni siquiera sabíamos que estuviera enfermo. Él dará un abrazo de mi parte hoy a Nieves y a sus hijos. En su bonito pueblo, El Barco de Ávila, uno de mis lugares de la memoria, donde tanto he ido y vuelvo. 
Fue nuestro compañero y también director en el Colegio Público "Ramón Cepeda" de Jerte. En su equipo directivo, con Manolo Chico, fui secretario. 
Cuando nuestros respectivos destinos laborales nos separaron, seguimos viéndonos. En Barco, por ejemplo, comiendo sus famosas judías en el Manila, o en el Peña del Alba, de Arroyomolinos de la Vera, pueblo de Baldomero Vicente, otro compañero del alma.
Se agolpan los recuerdos. Los felices. Compartiendo chuletillas y otras delicias, pongo por caso, que él bajaba de la carnicería de su hermano, buena carne avileña, para nuestras esporádicas comilonas (a la brasa) en los llamados "locales de la asociación"; esto es, un ameno trozo de campo abierto situado al pie del Puerto de Honduras donde, ya digo, algún viernes que otro, entre viandas, vinos y veras, disfrutamos juntos de lo lindo. 
La muerte, ay, esa sombra. La semana pasada se llevó a don Antonio (Martín Majadas), profesor de mi infancia calixtina, padre de mi amigo Antolín y de su hermano Javier, al que siempre he tenido por poeta secreto. Y otra vez los recuerdos. Lector de ABC, cada vez que nos veíamos, muy poco en los últimos tiempos, resaltaba, entre irónico y afectuoso, el cariño que me tenía Santiago Castelo.
Quedémonos, en fin, del lado de la vida. Por eso prefiero celebrar hoy los veintitantos años de mi adorada Leti, que es lo que a mi padre, hombre optimista y alegre por naturaleza, le hubiera gustado.