Uno, tonto que es, pobre poeta de provincias, cree que las cosas son como él las imagina. Por ejemplo, se entera por la prensa que viene a leer sus poemas a Madrid el poeta (y mucho más) Yves Bonnefoy, al que él sigue con admiración desde que era joven, uno de los mejores del siglo XX, aspirante eterno al Nobel, y piensa que eso es un acontecimiento. Así, tras resignarse a no ir (hace años, recuerda, hizo ese esfuerzo para ir a ver y a escuchar a Octavio Paz, a Valente...), da por hecho que los poetas madrileños, los jóvenes, sobre todo, tan pendientes de las novedades (que en poesía rara vez tienen que ver con lo último), y los que no lo son tanto (que alguna vez usaron una cita suya en uno de sus libros, al que mencionan como maestro en las entrevistas en cuanto se les presenta la ocasión...), acudirán en tropel a esa lectura. Y no. Uno que sí estuvo, amigo y poeta, me cuenta, para mi sorpresa y hasta mi desesperación, que había, además del presentador (y ejemplar traductor de su obra), Jesús Munárriz, no más de quince personas, autoridades aparte, de las que él conocía a seis (vates todos ellos, claro). ¡Qué decepción! Y, cómo no, qué ilustrativo. Las cosas son de este modo y no, ay, como algunos incautos las soñamos. ¡Poetas!