14.7.14

La poesía de Fabián Casas

Es argentino, bonaerense del 65. Seix Barral, que siempre ha tenido una pulsión lírica (basta recordar que ahí leímos Punto cero, de Valente, o a Cervantes, Auster, Alberti y Gelman), publica Horla City y otros, su poesía reunida desde 1990. Cinco libros y el que da título a la obra, inédito hasta ahora. La fajita roja con elogios ("Fabián Casas es un genio", dijo de él Fogwill) resulta extraña en un volumen de poesía y uno, ay, recela de la cadena de laudatorias frases hechas que, a falta de espacio en la tira de papel, se enumeran en la solapa posterior. 
Para uno, empecemos por ahí, Casas era un desconocido. Para genio, el que conozca a todos los poetas de la tierra. Sólo argentinos... La lectura, sin embargo, me ha quitado de encima los señalados prejuicios y no se puede negar que estamos ante los versos de un poeta que merece ser leído, lo diga Ignacio Echevarría (otro de los panegiristas) o su porquero. 
Sus poemas son, por decirlo resumidamente, breves, claros y realistas, narrativos y sugerentes. Su poesía, urbana, pesimista y amarga, certera, parca... Hay ironía y crudeza. "Todo lo que se pudre forma una familia", leemos. Pongo en duda que lo suyo sea "divertido", como dicen en la editorial. "Original y brillante" no sé lo que es. Naturalidad no le falta y al leerlo suponemos facilidad para la escritura, inmediatez, aunque sepamos que eso bien pudiera ser un recurso literario como otro cualquiera. Más aún: uno entiende que el mayor peligro de esta forma de decir es su excesiva sencillez, a veces. De ahí a lo anecdótico media un paso. Con todo, no estamos ante un poeta impulsivo o salvaje. Las referencias a obras y autores es notable (de Stevens a Eliot, de Dylan Thomas a Montale) y sus maneras son modernas, sí, y cultas. A mí me recuerdan a la antipoesía de Parra, por ejemplo. En todo caso, la suya es una línea clara consolidada en todos los países hispanoamericanos desde hace mucho. Y aquí en España, por supuesto. La que denominaron realismo sucio. Uno de sus rasgos, amén del vocabulario gastado, la abundancia de anglicismos.
Acerca de sus ideas sobre ella hay dos excelentes poemas titulados "Apuntes para una posible poética" (uno y dos) en Horla City, y, por tanto, recientes. A pesar de eso, nada más elocuente para comprender el alcance de su propuesta y a qué público va dirigida que lo que leemos en el poema "Prefacio", el que abre su libro El spleen de Boedo: "Si todavía existen los lectores de poesía que no / escriben poesía, se los dedico a ellos".
Su padre y su madre (prematuramente muerta) están muy presentes en sus primeros libros. "No tenemos la culpa de ser herederos / del mismo crimen", escribe. Lo amoroso se desliza con sutileza por todas partes. 
La melancolía acecha: "Pero yo nunca fui muy dotado para ser feliz". Tampoco falta, cómo, el fútbol ("Cancha rayada") en una poesía que se quiere cercana y del pueblo, diríamos, apegada a sentimientos y situaciones del barrio (Boedo) y de la calle. Siempre, por usar un verso suyo, "sobre el ruido de fondo de la muerte". 
Son muchos los versos que he ido subrayando y los poemas que he anotado por su sobresaliente calidad: "Me detengo frente a la barrera", "A mitad de la noche", "Después de un largo viaje", "Mientras me lavo la cara", "Desierto", "Tratando de sepultar", "Despertarte", Reunión en Guayaquil" (un poema que hará las delicias de Aramburu), "Ezeiza", "Costumbres", "En el vidrio", "Deseos", "Los olímpicos" o "El soldador", dos de los más certeros. 
A uno le da la impresión, una vez leída la obra al completo, que está dotada de una gran unidad. Sobran, diría, los títulos de los sucesivos libros pues que a uno solo, único y personal, parecen pertenecer todos los poemas que lo componen. Tan potentes su tono y su voz.
Al final del volumen se incluye un texto, a modo de poética, titulado "La voz extraña". Casas, además de mostrar sus dotes narrativas, nos explica que detrás de él está esa "voz extraña" -misteriosa, indefinible- que en rigor le ayuda a escribirlos. "Ese diálogo construye el mundo en el que vivimos", anota. Y vuelve a reiterar lo que ya dijo en un verso, que "el escritor debe ir siempre en contra de su habilidad". También que le molesta que se asocie la literatura a la mentira, que el Espíritu sopla donde quiere, que "la Voz Extraña le toca a cualquiera" y que "hay que buscar el equilibrio, no la inteligencia". 
Bien está, pues, que Seix Barral haya vuelto a desenterrar su hacha de guerra poética y nos haya presentado a Fabián Casas, poeta. Los lectores le estamos, cómo no, muy agradecidos. Que no decaiga.