3.9.14

Extremeñidades

Agosto es un mes cargante. Podría entrar en pormenores, pero prefiero dejarlo así. Bueno, no del todo. Daré un par de muestras de su presunta irritabilidad. Acaso las más llevaderas. Por ejemplo, esa rimbombancia de los Premios Ceres, un dispendio a costa del erario con el que cada año nos castiga, desde hace dos, el Gobierno -antes Junta- de Extremadura. Que con ese dinero gastado a lo tonto, en tiempos de penuria, y para nada se podrían hacer muchas otras cosas (editar algún libro más y mejor, pongo por caso) es algo que a los responsables de la cultura regional les importa sencillamente un pimiento. ¿O es que, como Parejo vino decir, creen que un festival de teatro y toda la política cultural de una Comunidad Autónoma son lo mismo? Más si tenemos en cuenta que la gestión, elogiada por todos, es privada; del empresario Cimarro, para ser exactos.
Pero hay que ver lo que luce. Y a uno, sin embargo, le da vergüenza ajena. Rarito que soy. Reconozco -otra rareza- que no me entusiasma el teatro (si acaso, leído) y tampoco los actores. A uno lo del fingimiento... No, no porque interpreten mal, al revés (aunque haya de todo), sino por lo bien que se adaptan al gobernante de turno y lo fácil que les resulta hacerle unas gracietas. Al bufonesco modo, incluso. ¿Y estos son los famosos de "la ceja", los vilipendiados del PP? ¿Los radicales de izquierda? Será de Izquierda Unida, por lo de la comparsa. ¡Cuánta hipocresía! ¡Y luego se quejan de lo del 21% del IVA cultural! Mis entendederas, lo reconozco, no dan para tanto. Para tanta impostura, quiero decir.
Lo de las pocas tragaderas de uno empieza a ser preocupante. ¡Con la de gente que disfruta con el evento!, ya digo. Mi madre, sin ir más lejos. "¿Verías lo de los Ceres? ¡Qué preciosidad!", me comentó encantada el otro día. Hasta Ana Belén le gustó.
En 45 minutos, nos cuentan las crónicas, se agotaron las entradas gratuitas para asistir a la gala que, un añito más, presentó el inefable Carlos Sobera, quien, según El País, dejó caer con sorna una hora después de empezar el espectáculo: "Este año os veo flojos, nadie me habla del IVA".
Sí, dirá alguno (y yo con él), pero cantó Poveda. ¿Y eso? Pues nada, lo dicho, que uno no lo comprende, ni más ni menos.
Por seguir con la cosa institucional, otro latoso asunto agosteño es el de las Medallas de Extremadura, tan devaluadas las pobres desde hace lustros, excepciones mediante. La verdad es que el asunto mueve, como mucho, a risa. Sí, porque carcajéate tú de la radicalidad de los actores que viajan a Mérida al lado de la Robe Iniesta, de Extremoduro, y ya ven: acaban de concederle una. Por su contribución al engrandecimiento de su patria chica, supongo. Bastaría con recordar la letra de "Extremaydura", aquello de "Hizo el mundo en siete días, Extremaydura al octavo, a ver qué coño salía, y ese día no había giñado. Cago en Dios en Cáceres y en Badajoz, cago en Dios en Cáceres y en Badajoz, cago en Dios en Cáceres y en Badajoz, cago en Dios en Cáceres y en Badajoz, en Cáceres y en Badajoz".
Como no podré asistir (a pesar de la amable invitación del Presidente, gracias), espero que la cante en el solemne acto de entrega. No es para menos. Por más que la derecha extremeña en general y algunos nominados en ediciones anteriores en particular, latón al cuello, tengan que disimular su disgusto y hasta taparse las narices ante tamaña mofa. ¡Jo, qué modernos somos!, dirán algunos. Rojos, rojos, rojos. De Podemos y más. Y no sólo el jefe. 
Uno, ingenuo que es, se pregunta para terminar: ¿tendrá esto algo que ver con que el gobierno de Monago (que es quien ha propuesto al medallista, que para eso es el que manda) haya subvencionado recientemente con fondos públicos al marginal grupo rockero del placentino? No me digan que no es para partirse de la risa. O de la pena, que de todo habrá. ¡Marchando una de himnos!

P. D. Ah, que vayan acuñando una medalla para Loquillo. El lumbrera se la ha ganado.