Con La Fiera, Ben Clark, ibicenco del 84, consiguió el Premio Ciutat de Palma 'Joan Alcover' 2013, y el libro ha sido publicado por la mallorquina Sloper.
Aunque conocía de sobra a Clark (reconocido traductor, entre otros, del enorme Edward Thomas, una presencia capital de este libro, y ganador del Premio Hiperión y del de Poesía Joven de RNE con un libro, por cierto, escrito a dos manos con su amigo Andrés Catalán), confieso que es el primero de los suyos que leo por completo. Y me alegro. Confirma, en todo caso, mis expectativas, de antemano favorables.
En la contracubierta, Vicente Valero destaca su ingenio, su humor y sutileza conceptual y Miguel Dalmau (miembro del jurado que lo premió) dice que "me devuelve a mi poesía predilecta, cierta poesía inglesa que es profunda, clara y verdadera".
Escrito en el extranjero, entre Escocia y Suiza (el cosmopolitismo de las nuevas promociones es proverbial), está dedicado al malogrado actor Philip Seymour Hoffman, algo que, más allá del homenaje a uno de los mejores, destaca el tono teatral, diría, de un libro cuyo protagonista, el personaje poético principal, no es Ben Clark sino un alter ego, La Fiera, que, como es lógico, se le parece muchísimo.
Desde el primer poema, "Quizá" (cosas por la que un neandertal, de volver, estaría satisfecho con su acto de amor), se demuestra que la voz de Clark suena alta y clara: perfectamente definida y mediante unos versos donde el ritmo es impecable y la técnica propia de alguien que conoce muy bien su lengua materna.
Le siguen otros conseguidos también: ""¿Cómo se dice esto que no perdura?"; "La Fiera" (poema largo en cuatro cantos donde está el corazón de la obra); "Sed"; "Über den Prozeß der Zivilisation"(como el título del libro de Norbert Elias); "Animales perpetuos"; "Lo que voy a pedirte"; "El embajador"...
No faltan, es obvio, referencias "bichos", lo que convierte el conjunto en una suerte de bestiario; de los más humano, eso sí. Del hombre entendido como animal. El mundo descrito es más imaginario que real y, acaso por eso, resulta sugerente. La elección de un motivo de El Aduanero Rousseau para la cubierta no es casual. Como tampoco lo es que Clark sea un poeta isleño, si no estamos ante una redundancia: tal vez todo poeta lo es.
Otro aspecto destacable es el de los finales de los poemas, que tienden a lo sorprendente.
¿Temas? Los de siempre: el amor, la amistad (es precioso el poema que dedica al mencionado Andrés Catalán, donde alude a las traducciones que hacen, respectivamente, de Thomas y Frost y donde leemos: "comprendimos entonces que al final / lo único indestructible es un poema."), los objetos (pinzas, cucharas)... Y el humor, como señala Valero. En "La pareja extranjera", por ejemplo, "dos jóvenes gorrones que persiguen el sol". Y la inquebrantable sensibilidad de siempre: "Has llegado (Ante el primer almendro en flor)". Perfecto me parece el cierre, con "Borrador para el último poema" con cita, un guiño que este lector agradece, a otro ibicenco, Marià Villangómez.
El juego de palabras de Josep Pedrals me parece un buen broche: "Ben clar: Ben Clark". Pues eso.