Ya anunció uno aquí atrás (en Facebook), con alborozo, la llegada de la poesía completa del bibliotecario Philip Larkin (Coventry, 1922 - Hull, 1985), aunque en realidad, una vez comprado el libro (que publica a todo lujo la editorial Lumen), comprobamos que sólo se reúnen tres libros suyos (de ahí lo de "reunida", por más que eso casi siempre signifique completa); los más importantes, es verdad: Engaños, Las bodas de Pentecostés y Ventanas altas. Se añade, también es cierto, seis más en el apartado final de "Otros poemas".
Con el tercero empezó uno a leer a Larkin (mi ejemplar está fechado en abril del 90 y lo compré por 14 pesetas en la librería Quevedo de Cáceres). Al verano siguiente llegó Un engaño menor, que así lo tradujo Álvaro García para La Veleta (y que uno adquirió -y leyó- en Gijón, en la librería Paradiso al precio de 16 pesetas). También al poeta malagueño se debe la traducción de Las bodas de Pentecostés que publicó Pre-Textos al año siguiente y del que hay otra edición posterior en Lumen de 2007. La versión es de Damián Alou (ahora revisada), el que ha cuidado esta Poesía reunida, autor del eficaz prólogo (del gusto, por eso, de Larkin), de las no menos atinadas notas y del primero de los libros incluidos. Ventanas altas conserva la interpretación de Marcelo Cohen. En resumen, estamos, como Alou sugiere, ante "un buen doblaje", una manera práctica de entender la tarea del traductor.
A estos libros, para tener el mapa completo, sólo cabe añadir El barco del norte, del que tenemos una versión en español (Acuarela Libros, 1999), de Jesús Llorente Sanjuán.
Me gustó el artículo que publicó en El País Enrique Vila-Matas sobre la poesía de este inglés por los cuatro costados, discípulo del gran Thomas Hardy. "Una mente exigente pensando en voz alta", dice Andrew Motion (su biógrafo) que sintió Larkin al leer al novelista que devino poeta.
Uno siempre ha admirado su poesía sobria, racional, contenida, de la cotidianidad (el matrimonio, la familia, Inglaterra, el jazz...), de "palabras sencillas", de "hechos observables", como resalta Alou, quien añade: "Lo que a él le interesa es la verdad".
Hay poemas perfectos: "Deseos", "Aquí", "Mr. Bleaney", "Qué triste el hogar", "Las bodas de Pentecostés", "Dockery e hijo", "Referencia al pasado", "Una tumba para los Arundel", "Ventanas altas", "Los viejos bobos", "Sábado de feria"... En el mejor tono, el más genuino, de eso que por aquí llamamos "poesía inglesa" y que algunos -pocos- de los nuestros llevaron a sus versos y que, a veces, coincide con eso que se denominó "poesía de la experiencia". Uno prefiere remontarse más atrás y evocar a Cernuda o a Gil de Biedma, por ejemplo.
Ningún amante de la poesía, creo yo, debería perderse la de Larkin. A uno, ya ven, le gustaría volver a descubrirla por primera vez. Algo que no se olvida.