2.10.14

El patatal

El inolvidable editor Fernando Pérez usaba con frecuencia lo de patatal, un término acuñado por Antonio Franco que servía para designar a un conjunto de presuntos escritores y artistas que pululaban por el Cáceres de finales del siglo pasado y las desafortunadas obras que estos pergeñaban, vieran la luz o no. Más allá, al ambiente en el que se desenvolvían y generaban, alejado de cualquier modernidad (por más que allí se mezclaran supuestos vanguardista con vates trasnochados); propenso, en consecuencia, a lo cutre y localista.
Se luchó mucho y bien hace unos años contra ese anacrónico estado de cosas que, por supuesto, superaba los límites de esa preciosa ciudad (que tantos nombres de fuste ha dado) y se extendía por todos los rincones de la Extremadura patria, Badajoz capital inclusive. Algunos creímos que, si no desaparecido, aquello había quedado reducido a una casi invisible, mínima expresión. Craso error. En cuanto las condiciones cambiaron, el patatal floreció. ¿Qué condiciones? Las políticas, por supuesto. En su vertiente cultural, cabe precisar. O, dicho de otra manera, la no política cultural que se impuso en esta Comunidad Autónoma a finales de la pasada década, un anticipo de lo que llegaría después al ámbito nacional. ¿Hace falta explicar que la cultura, y más en estas menesterosas y atrasadas tierras, debe ser ayudada, cuando no sostenida, con fondos públicos? Pues eso.
Volvió, digamos, lo torniego, versión rústica de lo mismo. El retorno, valga el juego de palabras, fue bendecido por las autoridades, reacias como nunca, ya digo, a la cultura, ese peligro. O ese lujo, tanto da. Y cuando eso ocurre, la apacible provincia deja de ser un ejemplo de lentitud y veracidad para convertirse en marca de lo provinciano, marchamo indeleble de lo patatero y del patatal.
En ese fango estamos. Cuesta, al menos a uno, levantar cabeza para poder preciarse de algo. Todo lo conseguido languidece, si no ha muerto, y son pocos los resquicios por los que respirar, aunque haberlos haylos. Esta editorial independiente, esa colección de poesía, aquella programación municipal o aquel club de lectura, una librería o un aula literaria, tal o cual fundación, colectivo o asociación, alguna galería o sala de música... Y escritores y artistas (pintores, músicos) que resisten; ajenos, claro está, a cualquier empresa colectiva a favor de la cultura, como antes. Cada cual en su rincón, donde, a modo de refugio, esperan a que escampe. O no: me temo que la mayor parte se ha marchado.
Se dirá que para escribir o crear (si se admite tan pomposo término) tampoco hace falta tanto. Que le pregunten a los escritores y artistas que han sufrido o sufren pobreza, enfermedad, censura, cárcel, etc. Sin necesidad de ponerse estupendo, lo cierto es que aquí se ha perdido la ilusión por lo común o colectivo, en defensa de lo público, aquella manera de trabajar para algo más que lo de uno. De ese vicio, para bien o para mal, ya nos hemos quitado. A golpe de recorte. Por la desidia imperante. En su lugar poco o nada, insisto, ha florecido, salvo el dichoso patatal, se vista o no de seda.
Basta comprobar la información que aparece al respecto, un decir, en los periódicos regionales. Así las cosas, ¿para qué hacen falta -Merche, Liborio- periodistas culturales?
Se va a celebrar a mediados de mes un nuevo Congreso de Escritores Extremeños, el undécimo organizado por la AEEX, esa asociación que tanto ha hecho por modernizar las letras de esta rezagada región. Puede que allí, al mirarnos a la cara unos a otros, muchos años después, nos demos cuenta de lo que esto ha cambiado. No digamos nosotros.