Mi primera colaboración en la revista griega Φρέαρ (Frear) está dedicada a los prólogos, que es, como saben quienes me leen, una reciente obsesión. Como quiera que el texto se ha publicado en la lengua de Seferis, copio a continuación lo que allí dice.
Prólogos, prólogos, prólogos
Prólogos, prólogos, prólogos
Ya se puede afirmar sin temor a posibles
errores: es una moda. En España, aclaro. Me refiero a la de colocar delante de
cualquier libro de poemas publicado un prólogo. Esto, dirán algunos lectores,
no es una novedad. Cierto, respondo, pero era raro que se le pusiera un
delantal a un libro nuevo. Sin más. Otra cosa es que la obra fuera la poesía
completa o reunida de tal o cual autor, vivo o muerto, más o menos consagrado.
O una edición crítica de un título que iba camino de convertirse en clásico, o
eso creía el editor. O que se tratara de una antología donde se reunían poemas
de un determinado autor, ya fuese en edición anotada -esto es, académica- o no.
O, en fin, que estuviéramos ante un libro traducido a nuestro idioma desde otra
lengua y, por tanto, resultara pertinente presentar al autor y a su obra y, por
añadidura, explicar algunos detalles acerca de la versión en sí. Con seguir
siendo eso casi siempre así, las cosas, insisto, han cambiado. En la
actualidad, el 90% de los libros originales de poesía llevan prefacio y no
entiende uno bien el porqué.
Ya se sabe, además, que esos introitos están
hechos para saltárselos. A uno, por ejemplo, le estorban la mayor parte de las
veces. Lo confieso. O prefiero leerlos al final, después de hacer mi propia
lectura; por mala, sesgada o deficiente que sea.
Todavía cuando estamos ante libros de
historia, de ensayo, incluso de narrativa… Sin embargo, poner puertas al campo
a un libro de poemas se le antoja a uno el típico deporte de riesgo. Sí, porque
no deja de ser la lectura anticipada de alguien que conoce esos versos y al
poeta que los ha escrito. Un lector, añado, que casi siempre es amigo (quién si
no se presta a tal embrollo), lo que no garantiza a la postre casi nada. Y no
aludo sólo a los fáciles elogios, tan fuera de lugar.
Es verdad que en ocasiones, por contadas que
éstas sean, esas palabras preliminares nos ayudan a discernir mejor lo que
viene detrás; suponiendo, eso sí, que la poesía sea materia de comprensiones y
entendimientos, algo que dudo. Por ejemplo cuando lo que tenemos entre manos, o
vamos a tener, pertenece a la facción oscura, experimental o hermética (que
Eduardo Moga me perdone). Se agradece en esos casos, y no poco, que alguien nos
ponga en situación y nos ayuda a enfocar, siquiera en parte, esos versos, que
por intelectuales, vanguardistas u opacos, el lector parece de antemano incapaz
de vislumbrar. Complicada tarea.
Vuelvo al principio. Excepciones al margen,
le incomoda a uno la moda de poner delante de los libros de versos inútiles o
entrometidos preámbulos. En especial cuando lo único que se busca es una firma
de autoridad o de prestigio que acredite a esa poesía y a su autor. Cuando
todos sabemos, ay, que los poemas que no se defienden por sí solos poco lejos
van.