© Guillermo Gallego |
En "La escritura temeraria", palabras a modo de prólogo, leemos: "Estos textos nacen de esa manía temeraria de apuntarlo todo o casi todo según va llegando. No llevan mucho cincel y no pertenecen al mundo de la estridencia ni al de las gesticulaciones excesivas. Proceden más bien del lenguaje tranquilo o, todo lo más, de la necesidad de dejar congregado en pequeñas porciones lo que no acabó pudriéndose en una escritura de contrabando." "Doy cuenta de lo vi, de lo que oí, de lo que hubo cerca", añade. En "libretas de guardia". Y más adelante: "La vida mitigada, sí. ¿Qué otra manera de vivir es posible ya? Poco a poco, el ruido inaguantable del mundo nos ha ido expulsando a muchos hacia unas inmediaciones secundarias donde, cuando menos, es posible escuchar sin nervios las palabras de los otros, contemplar las cosas despacio y en sí mismas y tomar notas calientes de pequeños sobresaltos. ¿Para qué más?" Sí, podría uno repetir en lo que respecta a esta reseña. Está casi todo dicho. Sin embargo, algo puedo añadir; por ejemplo, que el libro está compuesto, ya se anticipó, de distintas partes que son, a su vez, diferentes libretas. Y que algunas anotaciones o apuntes se pudieron leer en otros sitios, aunque TSS carezca de blog. En Tam Tam Press, pongo por caso. O en fronterad, donde leemos: "Hacer. Recordar. Desear. (Presente, pasado y futuro). Quien pueda manejarlos a la vez con soltura podrá vivir sin miedo hasta el final. Todos los demás verbos son defectivos e irregulares".
Se mezclan las reflexiones acerca de la vida diaria (“Yo he sido siempre un cotidianista de la literatura”, dijo una vez) con las tomadas en los viajes, casi siempre a lugares conocidos y cercanos (el leonés es de Zamora y del 57). El Bierzo, Ciudadela, Cáceres, Soria, El Burgo de Osma (donde vivió), Urueña, Colombres, Salamanca (donde estudió), Segovia... Y Portugal, por supuesto. Más que un país, un estado de ánimo, un tono, común a no pocos escritores del Poniente español. "El dolor portugués (...) nunca hace ruido", dice parafraseando al poeta Marcial.
Lo normal es que se sitúen en bares de barrio, hospitales, el instituto donde trabaja y, sobre todo, en la calle y en casa. Desde la ventana que da a los gatos, pongo por caso, o a los transeúntes solitarios que habitan en "las ciudades calcinadas de interior". Como buen paseante, se fija mucho en los rótulos, en los carteles, en los letreros y anuncios callejeros. Si por algo se caracteriza el poeta es por su estado de atención permanente. Y su escritura, por la fijación en el detalle que refleja por medio de un castellano purísimo, en el mejor y más natural sentido del término, que casi siempre, sin forzar nada, se antepone a todo lo demás y, con sus iluminaciones, nos traslada a los reinos de la perplejidad y del asombro, tan cerca de nosotros casi siempre. Sí, este tímido de "tierras ensimismadas" conjuga de continuo el verbo mirar.
Más allá de las apariencias, el libro es un tratado de moral. Que nadie se asuste, ni hay moralina ni, stricto sensu, moralista. Pero hay moral, y ésta no es una de las menores virtudes de estos, digamos, diarios. Hay mucho de verdad aquí, y mucho de consuelo y de serenas advertencias sobre asuntos espinosos: la compasión, la amistad, los enemigos, el amor, la modestia... Por eso a veces adopta lo escrito un aire sentencioso, grave (sin solemnidad), aforístico.
Se habla de libros y de lecturas. Y mucho de poesía; así, en "Revuelto de frutos secos (Hojas sueltas: 2003-2012)". Y de escritores (JRJ, Gamoneda, Quignard...) y poetas: "El poeta es el que quiere estar siempre cerca de las cosas", escribe. O: "No es que la mirada del poeta vea las cosas por vez primera; más bien las ve como fuera de sitio. Su canto es de extrañeza, no de asombro". O: "Todo escritor es un fugitivo". Y de España y de política, temas eternos. Dos en uno. Y de muchas cosas menudas, diríamos, que, no obstante, tienen en su voz una hondura llamativa, perfectamente contada. Y de salud, de ahí "2007. Entre algodones (Días de hospital)". O de la edad, que avanza (en "Notas frías (Invierno de 2012)"). Abundan en el libro, por cierto, las menciones a los ancianos, a la vejez. A la fragilidad.
Porque el que anota es una persona inteligente, no faltan ni la ironía ni el humor, que a veces mueve, cuando menos, a la sonrisa. Por ejemplo cuando habla de un extravagante paisano mío y de la "demencia universitaria".
El volumen se cierra con un capítulo titulado "Sólo los mudos saben pronunciar la hache" donde TSS (que acaba de reeditar su novela Calle Feria) logra el doble salto mortal y medio (literario) al reunir en un único texto único (permítanme el alarde, especificativo y explicativo mediante), al reunir, decía, "entre memoria y fábula", el relato, la leyenda, el ensayo, la autobiografía ("tosansan"), el tratado y no sé cuántas cosas más (la poesía inclusive) para dejar en el lector un inmejorable sabor de boca a partir de esa novelesca invención con heterónimos incluidos. Hubiera bastado algo así para justificar la edición de este libro.
Estamos, en fin, ante una hermosa "sinfonía en mi menor", como bien dijo alguien, en contraste con lo habitual en estos casos: "la Modestia en Mi Mayor".
"(...) Uno cree que replegarse a ángulos discretos para vivir no supone perder intensidad; y una vida mitigada puede contener más interés que una existencia sustentada en el trasiego y en el culto compulsivo a la mudanza", escribe al principio de la obra. Uno, miembro de "esa cofradía que cuida de la vida mitigada", asiente. Sí, este es un "libro que da cuenta de un hombre tranquilo". Con qué sencillez. Con qué belleza.