Sucede en la voz de otros (Apuntes mundanos de poesía), de Juan Manuel Macías (Cartagena, 1970), publicado por La isla de Siltolá en su colección Levante, es uno de esos libros que tanto le gustan a uno. Pequeño, manejable, bien editado, cómodo de leer... Eso por fuera. Por dentro, mejor aún. El poeta, traductor y helenista residente en Cercedilla, director de Cuaderno Ático y de Noches Áticas (junto a Anna Montes Espejo), reúne textos sobre la poesía, sí ("La poesía siempre me ha parecido un misterio que sucede en la voz de los otros"), pero en un tono desprovisto de toda solemnidad, cercano, propio de alguien que brega con los versos, pero un tanto a ciegas, podríamos decir, como casi todos los que lo hacen (con la debida modestia). Alguien que no "entiende" de poesía, por decirlo como él.
Sus reflexiones, por humanas, teñidas de ironía (léase "Caralibro suite"), distantes de cualquier atisbo de mitificación, son sensatas y hasta divertidas a ratos. Será porque "uno de los problemas más graves de la poesía española actual es su falta de sentido del humor".
Apuntes, ensayos y elucubraciones elocuentes ante el asombro. Dignas del ser perplejo que todo hombre que escribe al fin y al cabo es. "Reclamo el asombro", dice. "Porque la verdadera podredumbre habita en la tibieza", en el libro hay mucha pasión. Por las palabras, claro, y por los poetas y los poemas: Homero, el Kalevala, Gerardo Diego, Góngora, Arquíloco de Paros... Y por trabajos gustosos, que son a veces tareas ingratas. El del crítico ("Nadie es objetivo"), el traductor (esperamos como agua de mayo sus versiones de Cavafis para Pre-Textos) o, sencillamente, el lector, el que más importa. Una de las partes, la final, acaso la más densa, está dedicada a su faceta de helenista. Antes, apareció el paseante de la culta sierra madrileña (ahora que celebramos el centenario de Giner de los Ríos), el erudito de las ciudades perdidas, el que defiende a la luna de los nocivos poetastros, el traductor enfrascado en su labor titánica, el estudiante que regresa con la memoria a los diccionarios de griego o a las fatigadas gramáticas... Hay mucho de autobiografía intelectual (y vital) en estas páginas. Y hasta un cuento.
Sí, "la poesía es la que inventa al poeta y no al contrario", como él denuncia, porque "es triste que se hable más de poetas que de poemas". "No es un oficio sino algo fatal", precisa. "La poesía es el laberinto", leemos en otra parte, y no cabe duda de que la lectura de este libro ayuda a encontrar la salida. Con una naturalidad que pasma.