17.2.15

"Niebla fronteriza", de Hasier Larretxea

Hasier Larretxea nació en la aldea de Arraioz, del navarro Valle del Baztán, en 1982 y éste es su primer libro escrito íntegramente en castellano. Lo publica Editorial El Gaviero. Las citas que lo abren, de Antonella Anneda y Chus Pato, aluden a la niebla, que engulle el dolor, y a la "lingua das bestas", otra lengua posible. Una y otra, el paisaje y los animales, están presentes en esta obra apegada a la tierra donde las referencias a los nombres y a los lugares concretos despejan cualquier duda. En ese viaje a la infancia y a los recuerdos, a la memoria, no puede faltar la descripción de los sitios donde el poeta fue feliz. Del regreso, de la felicidad, sí, pero también del dolor que ese emotivo recuento ocasiona, habla Niebla fronteriza. El norte y sus brumas. Lo evocado y el olvido que, a la fuerza, ese ejercicio produce. Y todo a partir de Leonita, la abuela muerta. A la dulzura de su recuerdo, como reza en la dedicatoria inicial. "Que no se cierren para siempre las puertas ni las palabras que albergan lugares", escribe. "Sus palabras sujetas a la tierra y al viento". De nuevo los abuelos como referencia. Lo vimos en el último libro de Pablo Fidalgo y es una constante en los libros que uno lee de poetas jóvenes. Va a ser verdad lo que dijo el poeta gallego: "Somos una generación que tiene en sus abuelos a sus referentes vitales". 
En un lenguaje también fronterizo, entre la prosa y el verso (o versículo), entre el canto y el cuento, sin títulos, salpicado de expresiones en euskera ("El idioma es la pureza de sus contracciones"), se abre paso este viaje, ya dije, al origen, que es "una herida que nunca se cierra". Los ancestros. Las genealogías familiares. Los antepasados ("Somos lo que nos permitieron ver los antepasados"). Los secretos. La conflictiva figura del padre, aizkolari. Sus ausencias. Y el paisaje ("Escribir, siempre, a través del paisaje". "El campo como materia"). Y las casas y los caseríos. Y el ganado (las ovejas, sobre todo). Más que mera descripción: cartografía. Reinvención de un mundo llamado a desaparecer. O ya perdido.
Y allí, la infancia: "La infancia, ese juego infinito sin fronteras". La añoranza y el daño que provoca el reencuentro. La desolación y las ruinas. Allí, el verano perdido donde el niño que fue, entre fiestas y juegos, toma conciencia de "la amenaza del regreso". El miedo, el silencio. "El vacío es otro tipo de olvido", leemos. Más que de nostalgia, deberíamos hablar de melancolía. "Hubo un tiempo...", le dice a Miguel Sánchez-Ostiz, otro baztanés o baztandarra.
Estamos ante una visión de lo cotidiano como mágico. El observador, el que contempla, fija sobre el papel la memoria de aquello que constituye su vida. Un ver volver tal vez precipitado si tenemos en cuenta la edad del relator, del "testigo", como dice Juan Carlos Mestre en las palabras de la contracubierta. 
"La distancia es una ausencia que fortalece", escribe Larretxea. 
En este poema único, fragmentado en capítulos de serena intensidad, uno puede, desde la remembranza, escuchar las voces de otros poetas que han transitado por derroteros semejantes: Gamoneda, el citado Mestre, acaso Llamazares... Son sólo eso, compañeros de parecidos viajes. En última instancia, lo que importa es la verdad de este largo trayecto en el que con gusto acompañamos a Hasier Larretxea hasta "la casa de la honradez".