3.3.15

Cuatro libros

El canario José María Millares Sall (1921-2009) fue (o es) uno de tantos poetas secretos que son redescubiertos, antes o después de morir. Fue la publicación de Liverpool en Calambur y en 2008 (la primera edición era de 1949) lo que puso a Millares Sal en la mapa de la poesía española contemporánea. Más tarde apareció Cuadernos 2000-2009 y le dieron el Premio Nacional. Después, murió. Ahora, Calambur también, publica No-HaikuLa selección y el minucioso prólogo corren a cargo de Juan Carlos Mestre y Miguel Ángel Muñoz Sanjuán. Para muestra, algún botón: Solo. Estar solo. / La casa. En tu vacío. / Solo. En su ojo. O: No estar. Camino. / Pasos. No estar. No ser. / Mudanza. Olvido.

Puede que la poesía de Javier Lostalé (Madrid, 1942) haya quedado oscurecida por su labor como profesional del periodismo cultural en la radio pública. Tampoco ha sido un poeta de producción abundante. Al revés. Siete libros en casi cuarenta años son los que ha dado a la imprenta. Este, El pulso de las nubes, que edita Pre-Textos, parece escrito a tumba abierta, sin ambages. La soledad, el silencio, la humildad o el vértigo forman parte de un discurso intimista en el que un hombre hace recuento. La vida que pasó y la que se vive. El que fue y el que es ahora. Y todo en un tono melancólico, sí, pero sin caer en patetismos más o menos impostados. Con discreción, asumiendo el dolor, celebrando los pequeños regalos que la existencia ofrece, la palabra de Lostalé, sobre todo, consuela. Es, se ve a las claras, palabra verdadera.

Mientras escribo, escucho a un mirlo. Es temprano, y ya canta. Como el de Tapia con mirlo, el último libro de José Ángel Cilleruelo (Barcelona, 1960), poeta y traductor, al que no vamos a descubrir a estas alturas. Lo publica, en sus modélicas ediciones, PUZ (Prensas de la Universidad de Zaragoza). Poemas descriptivos, muy vitales, próximos a la existencia cotidiana (lecturas, viajes). Poemas donde prima la mirada y donde no falta un concienzudo ejercicio de memoria. Poemas, en el mejor sentido, de madurez; ajenos a vanos experimentalismos y otras piruetas a las que se entregan los poetas preocupados por cualquier cosa que no sea su propia, serena verdad.

Los posos de la sed es el tercer libro de poemas de Ricardo Hernández Bravo (Isla de La Palma, 1966), lo publica Baile del Sol y se abre con dos epígrafes de poetas argentinos: Alejandra Pizarnik y Juan Gelman. La elección no es azarosa. Una serie de poemas sin títulos divididos en distintas secciones conforman un libro donde prima el lenguaje. A partir de neologismos, juegos de palabras, aliteraciones, un vocabulario que recoge términos autóctonos canarios y, entre otros recursos literarios, un uso curioso de las formas verbales. Todo se conjura en torno a lo barroco, sin que eso quiera decir que la contención y la sequedad, nunca mejor dicho, marquen el tono: "Espeso beberaje, guarapo del vivir. / En seco el trago; rasa, la sed hasta las madres". leemos.
Un símbolo, sí: la sed. Y la pasión por la palabra que la engendra. Intensidad de lo mínimo. Poemas breves o brevísimos. Mayor expresividad con el menor número de términos posibles. "Simplicidad, alegre arrulladero". Elipsis y silencios que uno tiene a la fuerza que relacionar con una tradición muy marcada de la poesía contemporánea de esas islas y que enlaza, a su vez, con corrientes ultramarinas ya insinuadas. A los nombres de arriba hay que añadir los de Vallejo y Cadenas, a los que Hernández Bravo convoca. A veces, toques de orientalidad: "En el furor interactivo / agua mermada". "Lugar de la palabra", sí, esta sugerente poesía.