18.5.15

Más de Uriarte

Aunque ya había recibido numerosos elogios y no pocos de escritores españoles de fuste, la consagración literaria, si se puede decir así, de Iñaki Uriarte (Nueva York, 1946) ha llegado de la mano de Antonio Muñoz Molina, que le dedicó en su sección babélica un elogioso artículo titulado "Viendo nevar fuera". Empezaba: "El estilo es el hombre. Conocí a Iñaki Uriarte en Bilbao, después de leer los dos primeros volúmenes de su Diario, y me pareció que conversando con él, en torno a la mesa de una cafetería o a lo largo de una caminata en la noche de llovizna, escuchaba la misma voz que se me había vuelto tan familiar por escrito". Vila-Matas le calificó en su día como "el vasco tranquilo". Algunas alabanzas más pueden leerse en las solapas del libro. Me refiero al tercer volumen de esos diarios, el correspondiente a los años 2008, 2009 y 2010. Lo publica, como los dos anteriores, la logroñesa Pepitas de calabaza. Uno, que también habló aquí de las primeras entregas (I y II), vuelve a esas anotaciones con interés, aunque he de reconocer que sin el entusiasmo que generaron aquéllas. Será, me digo, que uno se va acostumbrando al personaje, lo que hace todo más previsible. Él y sus comentarios. Con todo, he disfrutado no poco con la lectura. Con Borges, su gato, y María, su mujer, que viaja, como él, con frecuencia por Avilés, donde se encuentran con García Martín. Precisamente en Clarín, que rima y todo, leyó uno algunos párrafos de estos diarios; y muy bien elegidos, por cierto. No faltan, como en las entregas anteriores (en ésta se da cuenta de la publicación del primer volumen y se alude a los prolegómenos editoriales y a la recepción de la obra, sin entrar en detalles: aquí todo es resta), referencias a la literatura y la filosofía, a ciertos autores y obras entre los que nunca faltan Proust o Montaigne. Hay viajes, por ejemplo, a Benidorm -otra presencia ineludible-, al sur de Francia, a Estados Unidos (Boston, Nueva York...), Andalucía y Berlín. Y a Extremadura: "Dicen que es pobre, pero es preciosa". Se sigue reflexionando acerca del trabajo ("Desde pequeño yo he carecido de eso que llaman «ética del trabajo»") y de la vida de rentista (que es la que lleva Uriarte). Y de la familia, un asunto muy relacionado con lo anterior. En el centro, ama y aita: "mi sensación es que aita soy yo mismo". Ya ahí, en la casa: Toni Etxea, se acerca a algunos extraños, como diría Vicente Valero, de esos que no faltan en ninguna, como el tío Moi.
Luego están los amigos que, en resumen, serían aquellos que se alegran "cuando te pasa algo bueno" y no, como el tópico quiere, cuando vienen las desgracias.
Asaltan al lector frases incisivas, ironías inhóspitas (no en vano, repite, la vida no es ningún "regalo"), agudezas, citas bien escogidas de diferentes autores (moralistas más que nada, de Camus a Leopardi y de Kafka a Pascal) que nos dan una pista fiable del lector que es; afirmaciones gratuitas o fundadas, según el caso. Uno lee algunas sobresaltado: "El orgullo de los madrugadores, su jactancia implícita". O: "A quienes menos conviene conocer en persona de todos los tipos de hombres de letras es a los poetas. La impresión de patraña suele ser hasta cómica". No es la única vez que Uriarte bordea lo dañoso y eso que no le duelen prendas reconocer que "no estoy acostumbrado a los conflictos personales". Será por eso que escribe: "No soy muy dado al elogio". Se ve a las claras que, como puntualiza, no lo ha necesitado mucho.
La salud (y su diabetes, que le obliga a hacerse controles de glucosa en lugares míticos) y la enfermedad ("Soy aprensivo") también forman parte de sus preocupaciones, sobre todo porque, a partir de cierta edad, como en una escena del Far West, silban cerca las balas. Tal vez por eso recuerda que "para vivir hay que proceder a aquello que Coleridge llamó la «suspensión de la incredulidad»".
Aunque propenso a la naturalidad ("Me agobian las librerías", "Nunca me cansaré de admirar el poder de las pastillas"), alguna vez exagera. Como cuando evoca una presunta denuncia de Ferlosio a un instituto de secundaria de Coria por querer ponerle su nombre al centro educativo. Gonzalo lo sabrá mejor que yo, pero todo quedaría en una rotunda negativa del autor de "Borriquitos con chándal" a la propuesta, razonable, de su amigo Jesús Domínguez Domínguez (Chuchi), a la sazón director del liceo.
Menudean, en fin, las reflexiones sobre las "pequeñas cosas de la vida" o sobre el hecho de escribir un diario (que deja de ser inédito). Así, dice: "Esto no es un acta notarial de mi vida. Ni un testimonio exhaustivo. Ya he dicho alguna vez que no pasa de un tráiler". O: "Estos apuntes no dan cuenta de mi estado de ánimo general".
Para cerrar, unas palabras de Walter Pater que él oportunamente recoge: "El deseo de autorretratarse es, por debajo de toda, otra tendencia más superficial, el motivo real que lleva a escribir". Pues eso.